Huella y presencia (tomo V)
DR. RAúL ETCHEVERRY B. al final de la segunda y comienzos de la tercera década, como un home naje a la veinteañera en flor del barrio, de sus admiradores no todos estudiantes de medicina, motivo de desesperación de los trabajadores que buscaban en el silencio nocturno reponerse del agotamiento de una jornada de trabajo. Todo terminó en la calle Carrión una noche en que un conjunto musical estaba dando un concierto a la rubia d el altillo de la casa de la curtiembre. Como se habían repetido reiteradamente, a pesar del reclamo de los mora- dores, el cantor y sus dos guitarristas fueron "amablemente" invitados a in- gresar a la propiedad. Se armó una batalla campal, puños, palos y guitarras se entremezclaron. En la oscuridad de la noche los golpes se repartían indiscriminadamente. Al amanecer terminó la gresca. Unos, los guitarristas, a la Posta del Hospital San Vicen te, más maltrechos y sonados aún que sus instrumentos musicales, armas más bie n defensivas que ofensivas. Los otros, a la décima comisaría, donde sólo se les dio la pena mínima de an-esto domi- ciliario por 24 horas, por ruidos molestos nocturnos y "violación" de domici- lio, atenuantes aducidos en descargo por los detenidos. Los pregones de la Colonia: "las ocho han dado y sereno", fueron reem- plazados por los de vendedores de mote y de tortillas de rescoldo muy tem- prano e n las mañanas. Mote-mei-pelao-mei calentito. Las tortillas de rescol- do llegaban tambié n calentitas al consumidor desde la cama del productor, donde eran mante nidas para que no se.enfriaran desde la horneada hasta su reparto. El canasto e n una mano y un candil e n la otra. La leche al pie... de la burra era ofrecida de puerta en puerta para los niños d ébiles, por ser la más parecida a la d e mujer. El vendedor de a lfalfa era nuestro casero para im ternerito regalón. Le mostrábamos el atado al mismo tiempo que lo llamábamos: ternero el paste ro y el ternero corría unos 100 me tros a buscar su ración. Después lo llamába- mos varias veces en el día con las manos vacías y venía corriendo. Inocencia por un lado, sadismo infanti l por el otro. Fueron los tiempos de los carros (tranvías) de sangre, tirados por caba- llos. Uno de los cuales recorría un tramo muy corto desde la plaza Baquedano. A veces algunos metros fuera de la línea. La curtiembre fue construida e n la p1imera década del siglo pasado en el te1Teno de la primera fáb1ica de cerveza. En una excavación ·se encontraron decenas de esas botellas "de barro cocido" blancas, actualmente adorno en algunas casas antiguas y que nosotros, llenándolas de agua caliente, usábamos como "guateros" en las frías noches de invierno. Por el portón de la calle de viejas maderas desgastadas por los años, e l muro de adobes casi e nteramente cubierto por enredaderas, y sus ventanas rústicas sin vidrios, la curtiembre fue considerada, además por su vetustez, como del tiempo colonial. Hace años desapareció y en su lugar hay una hermosa iglesia mormona -albo lunar de la calle- en que la diferencia entre el hoy y el ayer es sólo de tiempo. Este es e l ambiente que recibió a los alumnos de medicina en la década del año 20. 67
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