Huella y presencia (tomo V)

DR. Gt-:RARll<> SuÁRE1/. peñaría un papel decisivo e n las etapas iniciales del proceso científico, tales como la selección de lo obse rvabl e en la naturaleza, la recolección y percep- ción de similaridades y la pe rturbación experimental d e lo observable, en una fo rma que sería guiada por procesos de intuición que no es posible desc1ibir. Es el componente artístico de la creación científica. Teniendo es- tas aptitudes él pudo sume rgirse en el mar de lo invisible y conseguir como trofeo un mode lo ele la materia que revolucionaría la manera ele razonar en química orgánica: e l concepto d el á tomo ele carbono con su núcleo e n el centro de un tetraedro regular. Este mode lo hipotético p ermitió explicar centenares de hallazgos y llegó a aceptarse como un o~jeto de la realidad, a pesar de que sólo llegó a tene r confirmación física direc ta e n el siglo veinte, con e l advenimiento de la difracción de rayos x de cristales. La imaginación es muy poderosa cuando es juiciosa. Si bien es cierto que la Ilustración nos legó el racionalismo analítico, ciemíficos como el "romá ntico" van 'Hoff nos demostraron lo fructífero d e la osadía imaginativa. FILOSOFÍAY CIENCIA. La in terpretación de la na turaleza, después de observada y analizada, ha variado de acue rdo con una diversidad ele escuelas durante los siglos de evolución d e la filosofía occidental. Sin embargo , si nos reducimos a tratar de aquilata r los méritos ele los diversos modos d e pe nsar a base ele su capaci- dad para ofrecer pautas de utilidad e n la construcción de teorías científicas, es posible que nos encontremos con un número re lativamente reducido de pensadores. Entre éstos quisiera me nciona r a una tríada de filósofos, como conjunto representativo, que e n e l fondo comparte n e ntre sí varios aspectos de sus doctrinas que e n apariencia no son tan evidentes. El primero de e llos fue Sócrates, quien , ta l vez como una reacción comra la jactancia de los sofistas que pretendían saberlo todo, humildemente d e- claró que e l más sabio es aquél que sabe que su sabiduría no vale nada. Un sabe r propuesto sólo podría vindicarse si resultaba e n un acto ele virtud. El segundo de e llos está re presentado por René Descartes, quie n llegó con su método de escepticismo inicial sobre el mundo externo, conocido como la duda metódica, a tener que postular primeramente que él existía como consecuencia lógica de su capacidad de pensar. Con esta actitud d e duela y humildad declaraba implícitamente que la verosimilitud ele una posi- ble realidad externa dependía de un acto de nuestro intelecto para se r acep- tada Por último, está la figura de Karl Poppe r, cuya humildad inte lectua l lo llevó a ser en forma explícita un árbitro intransigente del mé rito d e las pro- posiciones científicas. Según él, como requisito indispensable para que una teoría o hipótesis sea aceptable en el ámbito de la ciencia, está e l que de be llevar consigo el riesgo de su autodestrucción. Así se establece que la teoría debe ser capaz de pred ecir situaciones expe rime ntales específicas que puedan pe rmitir la observación de algo que sea incompa tible con la teoría, 179

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