Huella y presencia (tomo V)
Al entrar a la habitación me resultó evidente que se trataba de un pano en evolución. Mi compañero mandó a salir a todos de la habitación. Luego colocó una sábana sobre la paciente, la cual le tapaba prácticamente hasta la cara, y procedió a recibir a la criaturita. A continuación, envolvió a la recién nacida en unas sabanitas y me la entregó diciéndome: "llévesela a los familia- res, dígales que todo está bien y regrese ". Finalmente y, siguiendo instrucciones, comuniqué a los presentes que procederíamos al traslado de la paciente al hospital para completar su evolu- ción y tratamiento. Todavía me temblaban la piernas mientras recibía los agradecimientos, .. .por nada. Pasó algún tiempo entes de qu(tvolviera a salir e n la ambulancia. Estuve en Lautaro, cerca.de Temuco, mi esposa es de allí, pero no la conocí en esa oportunidad, sino hasta varios años después, en Santiago. Como señalé al inicio, con una chilena te rminó mi pereg1inaje. Nos casamos el último año de mi carrera. Para nuestra luna de miel nos trasladamos a un lugar en la playa. Un albergue muy romántico con su propia huerta de donde se abastecía de verduras para las comidas. Llegamos de noche, cenamos y como todos los re- cién casados, estábamos cansados, y nos retiramos temprano a descansar. Des- pertamos de día. Pero no fue el resplandor del sol lo que nos despertó, sino el zumbido de cientos de abejas que peneu-aban al cuarto por la ventana abierta. Salimos huyendo envueltos en las mantas y así permanecimos hasta que termi- naron de fumigar el cuarto. ¡Una verdadera luna de miel! En Santiago vivimos felices en un departamento ele un ambiente. En rea- lidad ern un solo cuarto con varios ambientes: sala, comedor y dormitorio. Hubo otro desplazamiento, pero, de tipo sociocultural. Fue mi recorrido por el folclore chileno. En los años de clínica conocí a un empleado de los Laboratorios Chile que promovía o promocionaba, entre los médicos y estu- diantes, sus productos farmacéuticos. En alguna forma me enteré que este caballero tocaba la guitarra. Le propuse que tendría presente sus fármacos si me ense1'laba el rasgueo y compases chilenos de tonadas y cuecas. Al final aprendí no sólo los acordes, sino también a bailar la cueca de punta y taco; con espuelas y d e rodaja grande, además. Cuando abandoné Chile graduado de médico, me regalaron todos los aperos del huaso, y a mi esposa los de china. Ya en Panamá , el mismo chileno que determinó mi viaje a Chile, nos comprometió a mí y a mi esposa con su embajador para la celebración del 18 de septiembre. Fue así como nos presentamos en televisión nacional bailan- do los tres pies de cueca con espuelas y todo el atuendo. El propio emb~ja- dor nos sirvió el vino entre un pie y el ou·o. En e l hospital Salvador terminó mi recorrido académico. Allí frente al Dr. Alessandri presenté mi examen de grado, no brillante pero sí satisfactoriamen- te. Después de unos días fui a retirar de la Casa Cenu-al mi diploma de médico, sin reconocimientos ni aspavientos, un trámite puramente burocrático. Sentí que no había concordancia con el esfuerzo y dedicación de todos esos años. En compañía de mi esposa fui al restaurante Bosco, ubicado en la Alamc- 170
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