Huella y presencia (tomo IV)

HL'El.l , \ Y l'Rl·~~l'.:\CI,\ IV Atribulado despierto cada día antes del amanecer junto a las olas que embisten mi navío y lo precipitan por estas recónditas sendas de sal. Los bosques se cubren de flores; la belleza se apodera de los frutos; resplandecen los campos; la tierra se renueva. Ca1·0 es el precio de la vida. De nada sirve jactarse de la fama o la abundancia. No hay dádivas que sean capaces de sobornar los inescrutables designios de Dios. El sabio y el necio perecen por igual. Sus tumbas serán sus moradas para siempre aunque nombre a su tierra hayan puesto. Por eso bienaventurados los humildes, aquellos que al cielo temen y ponen sus almas a disposición del Señor. El pesar desgarra sus ojos: entre despojos recuerda a sus mayores, sus compañeros caídos, en la hora postrera, pasto de gusanos, heridos por el destino, estremecidos por las garras de la muerte. l06

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