Huella y presencia (tomo IV)

EL NAVEGANTE (The Seafarer)* Armando Roa Vial Quiero testimoniar un emocionado recuerdo de mi padre, Dr. Arman- do Roa, a quien enseñé las primeras versiones de El navegante, reali- zadas en el verano de 1995, dos años antes de su muerte. Mi padre admiraba el destino épico de los viejos lobos de mar, aristócra- tas del silencio y del apartamiento. Lo seducían las existencias fuertes, con temple guerrero, fraguadas en la "cuna cálida y salvaje de la existencia". Aunque la memoria es a veces antojadiza, recuerdo que de la lectura de los versos de El navegante lo que más lo conmovió fue el lamento desgarrado del protagonista frente a sus compañeros caídos, un estremecimiento ante la Nada y el vacío de la muerte. Sintió a fondo su añoranza, ese último aliento oscuro hacia lo perdido. Quizá esa misma añoranza hacia quien fue un ver- dadero navegante en cada minuto de su vida, ha sido la que hoy me ha llevado, después de tantas dilaciones, a terminar esta traducción. Para él, dondequiera que esté, emprendida ya su última travesía, vayan entonces estos versos. FRAGMENTOS Puedo pregonar por mí mismo este canto en tiempos de zozobra, la amarga verdad de mi travesía; cómo mi cuerpo, en ásperos días, a menudo resistió sufrimientos y penalidades. Sombrías inquietudes se agolparon en mi pecho. Refugiado en mi nave carcomida por el estío, pugné por sortear el abrumador tumulto de las olas. En la estrecha proa del barco monté guardia muchas noches, vigilando las embestidas contra los acantilados. Entumecidos por la escarcha estaban mis pies, como atados a heladas cadenas; ardientes sue11os turbaron mi corazón; el hambre doblegaba mi ánimo. *Fragmento: Autoriz.~do para esta publicación por su ~uror. 105

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