Huella y presencia (tomo IV)

DR.jlil.10 PALLAVICJ(': J G. cos y respuestas terapeúticas semejantes, se estructuraban en en tidades gnosológica. Así se fueron delimitando enfermedades como la Esquizofrenia, la Parafrenia, la Psicosis Maníaco-Depresiva y la Paranoia. Como los síntomas de éstas y otras enfermedades -por ejemplo e l delirio o la angustia- se reconocían en sus aspectos genéricos, habitualmente no era posible a partir desde el mismo síntoma (delirio o angustia), reconocer la enfermedad que lo provocaba. Además los síntomas psiquiátricos se inter- pretaban como se hace con los de la medicina física, es decir se suponía que siempre se originaban en una causa orgánica. En esa época, en Chile se iniciaba la influencia de la Escuela Psicoanalítica, que no se interesaba en descriminar las características de un síntoma deter- minado que les parecía siempre igual. En dicha escue la no importaba que los pacientes presentaran, por ejemplo, diferentes tipos de angustia; por- que lo relevante sería el motivo u orígen de la angustia. Este o cualquier otro síntoma eran explicados siempre en base al o balance, más o menos logrado según cada sujeto, entre los instintos eróticos y tanáticos del Ello (Ello que se guía por e l Principio del Placer), y por otro lado las normas morales, que a través de los padres la sociedad introyectaba en los sujetos en la instancia del Super Yo. En tre ambas instancias Ello y Super Yo, se debati- ría el Yo, que además de armonizarlas ten ía que conciliar también con el Principio de Realidad, orientado a la sobrevivencia del individuo. El princi- pal instinto de vida, el sexual, debería evolucionar regladamente desde el nacimiento transcurriendo por las etapas: oral, anal, fálica, de latencia y reaparecer en la adolescencia en forma madura, pero si se detenía total o parcialmente por causa de la resistencia inconsciente, en alguna de las eta- pas pretéritas, provocaría el síntoma angustia. La cuestión entonces, para el psicoanálisis, consistía en encontrar dónde y cómo se originó tal dificultad, para intentar corregirla, lo que llevaría a la desaparición de de tal angustia. En tal perspectiva, obviamente el diagnóstico carecía de importancia (2). A la sazón, Roa había regresado a Chile y trabajaba en la Casa de Orates. Encontró que en e l trabajo clínico d iario había desacuerdo en los diagnósti- cos dificiles, comprendió que esto se debía a que cuando se hablaba de algún síntoma, se cogía lo genérico de él, lo que el paciente experimentaba, pero que se escapaba lo propiamente psíquico, esto es, el modo como el sujeto lo vivenciaba. Observó que un síntoma cualquiera, por ejemplo, deli- rio, angustia, u obsesión, se presentaba forma diferente según a que enfer- medad correspondía. Visualizó que e l delimitar cada síntoma con gran pre- cisión y rigurosidad, para después describir lo también exhaustivamente, era la tarea que había de emprender. Así Jo dice textualmente: "En tal situación era lógico que no cupiese diagnóstico seguro alguno y menos pudiesen ini- ciarse investigaciones histopatológicas, psicobiológicas, farmacológicas o bioquímicas que aclarasen el posible fundamento biológicos de tales tras- tornos, pues no cabía saber hacia que cuadro patológico preciso orientar los trabajos"(3). Así concibió e inició el Método Clínico-Fenomenológico 93

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