Huella y presencia (tomo IV)
ENF. SOFÍA S<)TO SAUllVIA río para una acogedora convivencia en los estudios, en el esparcimiento y en la preparación de las prácticas. Empecé a vivir la enfermería, conocerla, estudiarla, quererla y ejercerla ha sido para mí una gran satisfacción. Las clases se impartían en la Escuela, sólo algunos ramos los profesores los dictaban en las aulas del Hospital, los que se compartían con los alum- nos de medicina. La práctica se iniciaba en el primer año después de un curso de teoría de tres meses, durante el cual se nos observaba si realmente teníamos vocación para la carrera. Así hechas estas mediciones y observa- ciones venía el momento del ingreso oficial a la carrera y a la Universidad. La recepción era una linda y emotiva ceremonia en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, encabezada por el Rector, por el Decano de la Facultad de Medicina y por la Directora de la Escuela de Enfermeras. En la ocasión cada alumna recibía la cofia de manos de una instructora de la Escuela y de una alumna del segundo año, que oficiaba de madrina, la lámpara de Florence Nightingale, luego de los correspondientes discursos, regresábamos a la escuela, adornada e iluminada para la ocasión y un come- dor dispuesto para una cena especial, que se compartía con profesores e invitados especiales. A mí me correspondió en el tiempo de la rectoría de donJuvenal Hernández, ese rector creativo, visionario, capaz que le dio a la Universidad características especiales y avanzadas para su época. Recuerdo que en esta cena había uri momento muy especial para esos tiempos: existía la posibilidad de formular una petición a la Dirección de la Escuela. La nuestra la de ser autorizadas para no usar medias los días de salida, especialmente en verano. Con este hecho se comprenderá la estrictez de la vida del internado. Así los años anteriores se había solicitado el permi- so para salir, por ejemplo, sin guantes ni sombrero. Las razones de estas exigencias de la Dirección eran la de no confundir a las alumnas, con damas que tuviesen un comportamiento inadecuado en las proximidades del Hospital. En el transcurso de esta cena se disfrutaba de cantos, poesía, chistes, anécdotas. Ya aceptadas se iniciaba un intenso período de estudios y práctica en el Hospital San Vicente de Paul. Algunas prácticas eran para nosotras poco gratas, por ejemplo, hacer el aseo personal de l paciente, incluyendo aseo de catres y veladores, al mismo tiempo que e n teoría se nos iba entregando nuevas responsabilidades frente al enfermo. Las señoritas instructoras, siempre vigilantes y atentas a nuestro desen- volvimiento, nos iban evaluando y apoyando y, aunque muchas veces encon- tramos exageradas las tareas encomendadas y la formalidad de ellas, nos permitía formarnos una personalidad fuerte frente a tantas tareas y ejecu- ción de procedimientos de enfermería, es lo que a mí me pareció, como herramienta de trabajo y a la responsabilidad que debía sumir en el desem- peño de esta hermosa profesión. 31
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