Huella y presencia (tomo IV)
Las alumnas de primer año ocupaban dos pabellones que daban al patio de los naraajos y al bello sauce, con capacidad para ocho o diez alumnas, con un pequeño dormitorio anexo para una alumna de tercer año designa- da por la Dirección, quien servía de guía y a la que llamábamos mami. Las instructoras vivían en la Escuela y eran las responsables de los tur- nos de práctica, de los horarios de clases y de la organización de esta gran casa. Toda la disciplina estaba planificada desde el despertar con un timbre a las 6 y media de la mañana hasta las 22 horas en que el silencio debía reinar y todo el mundo durmiendo. A las 6,30 A.M. sonaba el timbre para despertarse y levantarse rápida- mente y a las 7 partir a los comedores al desayuno. Luego volver a los dormi- torios hacer prolijo asco y prepararse para los turnos. A las 7.30 el timbre anunciaba la recepción de los turnos, correctamente unifo1·madas mientras la instructora visitaba todos los dormitorios, revisando orden y aseo, pues si esto no estaba correcto la sanción era un día sin salida. El almuerzo a las 12 horas, luego los cambios de turno y se iniciaban las clases hasta las 19 horas. Contábamos con una buena biblioteca para la in- vestigación, con salas de estar, con equipos de música. Los agradables corre- dores con su fragancia de flores y árboles nos acogían para estudiar, conver- sar y planificar la vida. En uno de los patios había una muy buena cancha de básquetbol, depor- te que practicábamos las alumnas e incluso instructoras, equipo que dio en mi tiempo, una medalla de tercer lugar en el campeonato universitario. Los corredores bordeaban los dormitorios y nos conducían a las salas de clases, biblioteca y de estar. Los patios y galerías tenían numerosas plantas d e flor de la pluma y naranjos, cuyos frutos eran nuestra delicia en la obscuridad de la noche. A la entrada, estaba un hermoso sauce, lugar predilecto para to- mar las fotos tradicionales de los c1u-sos a su ingreso y a su despedida. Toda esta organización se veía alte rada dos veces al año, e l día de la recepción oficial del alumnado ya descrito y la despedida del tercer año, pues e l cuarto año de salud pública era optativo y se hacía externo. Así se vivía la formación de las enfermeras d e la Universidad de Chile, carrera de la que egresaron profesionales que ocuparon altos cargo en sa- lud tanto en Chile como en e l extranjero y en organismos in ternacionales. Hago un recuerdo muy especial de Rosalba Flores, quien fuera becada en el extranjero y luego Directora de esta Escuela. Hoy diríamos que e ra una vida convenLUal, pero creo que las egresadas de esa época, valoramos esta vida compartida en nuestra formación, y recor- damos con cariño esta convivencia y el apoyo que debíamos prestarnos y prueba de ello es que cada cierto tiempo se reúnen cursos o grupos para recordar nostálgicamente aquellos años. Esa fue mi residencia de estudiante universitaria, tranquila, cómoda, con alimentación adecuada, con sus salas de clases, biblioteca y todo lo necesa- ·30
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