Huella y presencia (tomo IV)
DR. MARCIAL GARCÍA-HL·mrn1Ro L<'>n:z les uno de los cuales se desganchó cayendo sobre el techo de mi coche hundiéndolo en una gran extensión y cuya reparación fue muy onerosa para mi exiguo presupuesto. Es un accidente estadísticamente raro, lo insólito está en que me ocurrió dos veces. La convivencia de los médicos tenía otra magnitud que la actual, éramos alrededor de 20 y podíamos considerarnos una familia numerosa: nuestras esposas eran amigas y hacían labor social, es así como organizaron el ropero de las madres cuya finalidad era proporcionarles ayuda en los problemas surgidos por el parto. El profesor llegaba temprano a la maternidad y la matrona jefe le tenía en su escritorio todas las fichas clínicas del día anterior, las cuales eran revi- sadas pro lijamente, era un momento de tensión para el obstetra que había estado de turno y que en cualquier momento podía ser llamado para escla- recer conductas u operaciones que no estuviesen de acuerdo con los crite- rios del servicio. El maestro, además era un gran caballero, cuando llamaba la atención por algo que encontraba anormal en el procedimiento, enseñaba, no grita- ba ni ofendía pero sus palabras clavaban tan hondo en el reprendido, que perduraban en su conciencia como una enseñanza imperecedera, con ra- zón lo llamábamos patrón, sin ningún sentido peyorativo. En el ámbito de su ejercicio privado de la profesión, el patró n tenía una gran clientela en número y situación económica y ocasionalmente llamaba a alguno de sus jóvenes ayudantes para que die ra anestesia, recordemos que no existía la anestesiología como especialidad y a l término de la operación nos hacía dejar nuestros honorarios que para noso tros eran suculentos. Al término del año laboral, e l Profesor invitaba a todos sus ayudantes a una comida de fin ele año, la cual se realizaba en algún club social, con excepción de la ú ltima de su mandato, que la ofreció en su hogar. En la época que relato se asistían partos a domicilio y para ello exisúan los maletines de parto implementados con un fórceps, masca1illa para anestesia y frasco con cloroformo-éter; trozos de hule para cubrir la cama; tij eras y elemen- tos para sutura. También se operaba cesárea en la casa de la parturienta para lo cual se llevaban tambores con ropa estéril y cajas con instrumental, no existían clínicas privadas y algunas pacientes temían ir a los hospitales. Una noche que estaba d e turno recibí una llamada telefónica de l doc- to r Monckeberg solicitándome le asistiera a una paciente que estaba d e parto en su domicilio, ya que é l no podía concurrir debido a un compro- miso ineludible. Para mí era una gran distinción la muestra de confianza que me daba mi maestro y una enorme responsabilidad y un gran temor, era el p1·imero y único parto que iba a asistir a domicilio. Tomé de la biblioteca el male tín de pano, sitio donde se guardaba, y me dirigí a la casa de la paciente la cual estaba en período expulsivo y el feto 27
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