Huella y presencia (tomo IV)
HUEI.IA Y l'RESE:S:CIA IV tad fue más rápida. Tenía grandes condiciones para la operatoria con un futuro promisor, por desgracia, Máximo murió a los 28 años de una infec- ción intestinal. Al año de ingresar a la maternidad, fui nombrado residente en el cargo dejado por el fallecimiento del doctor Máximo Silva, permaneciendo en dicho cargo, durante 20 años, lapso después del cual se jubilaba como resi- dente, continué con funciones asistenciales y docentes en horario diurno. Con posterioridad fueron contratados otros médicos para comple tar la residencia, Guillermo Rodríguez Moore,jefe de residencia y de la docencia por muchos períodos; Hernán Cereceda, Miguel Gajardo, Ramón Puente, Valentín Giugliano, Alfredo Montiglio, Carlos Gómez Rogers, un colega de grandes condiciones que posteriormente llegó por eleccióJ en 1970, a la Dirección del Departamento de Obstetricia y Ginecología por fusión de ambas especialidades. Las funciones médicas de las mañanas eran desempeñadas por los 2jefes de clínica, doctores Puga y Albertz, además los doctores Eduardo Keymer y Klaus Andwanter; los residentes teníamos que concurrir en las mañanas, en fo rma ad-honorem a labores asistenciales. Todos los médicos de la maternidad, por definición del cargo, éramos docentes de los alumnos de Obstetricia de la Carrera de Medicina. A continuación relataré dos hechos insólitos que me tocó vivir en el lar- go período de residencia. Operábamos una cesárea con el doctor Larenas, habíamos abierto la pared abdominal momento en que se inicia un gran temblor: el techo del pabe- llón era una cúpula de vidrio y empezó a caer trozos de ella en el campo operatorio, cubrimos la paciente y el pánico había provocado una estampi- da en el personal a pesar de nuestras alocuciones sobre el deber y la respon- sabilidad frente a la operada. Seguía el temblor con mayor intensidad, nos miramos con el doctor Larenas, cubrimos con compresas el abdomen de la paciente, y arrastramos la mesa de operaciones hacia el pasillo en un acto mixto de sálvese quien pueda y cumplimiento del deber, afortunadamente el sismo cesó y pudimos terminar la operación. Siguiendo con la cirugía, los apagones eran frecuentes en aquella época y muchas veces la operación se terminó con la iluminación mortecina de las velas y !internas. El segundo hecho insólito que me tocó sufrir en carne propia, no está relacionado con la medicina, se refiere a consecuencias climáticas. La residencia médica como dije con anterioridad, estaba ubicada en el corredor que lindaba con el callejón que era la entrada al Hospital por la calle Profesor Zañartu y en este callejón estacionábamos los autos. Llegué una noche para hacer mi LUrno , estacioné el auto que había ad- quirido con grandes sacrificios y entré a la residencia, durante la noche se desencadenó un aguacero acompañado de vendaval que remecía los arbo- 26
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