Huella y presencia (tomo IV)

DR. MARCIAL GARCíA-HL 1 mrn1RO Lút>1•:z Cada turno duraba 20 horas, desde las 12 del día hasta las 8 de la mañana del día siguiente y estaba a cargo de un solo obstetra el cual resolvía casi siempre con éxito los partos operatorios por vía vaginal, esto emanado de su gran experiencia. La anestesia era administrada por la matronaj efe de turno y consistía en una mezcla de cloroformo con éter dado gota a gota y que la paciente aspi- raba a través de una mascarilla. Este era un procedimiento de mucho riesgo debido a la toxi cidad del cloroformo ya que el nivel anestésico adecuado, era muy cercano al nivel crítico; todos los partos normales eran asistidos sin anestesia. Cuando había que practicar una operación cesárea u otra operación quirúrgica durante la noche, se llamaba a uno de los dos jefes d e clínica, los doctoresJuan Puga o Arturo Albe rtz, los cuales eran ayudados por el obstetra de turno y no porque éstos no tuvieran destreza, si no por respe to a la jerar- quía. En la suma urgencia operábamos ayudados por alguna matrona y la anestesia raquídea era dada por e l mismo obstetra. Cuando la anestesia raquídea no era la adecuada, otra matrona daba anestesia general con éter; con ello tenemos dos acciones médicas efectuadas por estas profesionales extraordinarias que frente a eventualidades extremas, demostraron su pre- paración, su valía y sus grandes condiciones humanas. El turno a cargo de un médico duró alrededor de cinco años, lapso en el cual se incrementó el número de partos hasta tener 10 a 15 diarios lo que hizo aumentar el número de turnos de tres a cinco por semana y dos resi- dentes por turno. Quiero hacer un paréntesis para recordar a los primeros residentes, a los que hacían tres turnos semanales, como único médico a cargo de la mater- nidad y que fueron mis maestros, y por siempre mis amigos imperecederos. El doctor Rogelio Rodríguez Bravo a quien llamábamos Don Roge y que me acogió en su turno cuando llegué recién recibido, temeroso e ignorante de esta especialidad tan hermosa que es la Obstetricia que entrega a nuestro cuidado a un ser maravilloso, la mujer embarazada. Me enseñó el arte de la atención de los partos porque eso e ra nuestra especialidad en los tiempos que estoy relatando; destreza criterio y presteza, en resolver las complicacio- nes. Superada la barrera de alumno a maestro, nos hicimos muy amigos. A la muerte del profesor Puga en 1968, asumió por dos años la dirección de la maternidad y luego se acogió a jubilación. El doctor Alberto Larenas Ovalle, el pollo Larenas, fue otro de los cole- gas que me ayudaron en mi formación profesional; estuvo siempre a cargo del Aislamiento, la sección séptica de la maternidad, posteriormente se tras- ladó como jefe de servicio y profesor de la Cátedra a l Hospital de Concep- ción. El doctor Máximo Silva Imperiali era el tercer residente, el más joven, también estaba en etapa de formación y por cercanía de edad, nuestra amis- 25

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=