Huella y presencia (tomo IV)
Hl'ELIA Y l'JU:<;1,::-;c1A IV ba con una barraca que cumplía las funciones de depósito de cadáveres del hospital. El carretón de los muertos cruzaba el vecindario de noche, anunciando su marcha al cementerio con el seco y monótono rechinar de su desvencija- da estructura. El reloj de la iglesia de San Francisco marcaba, de día, las horas de clase, y de noche, el paso del lúgubre cortejo. El estudiante Federico Puga Borne hacía la siguiente descripción: "Se ha destinado para las mesas de disección un galpón: techo de fierro, de nieve si hace frío; de invierno, si hace calor; piso de asfalto, no colocado precisamente por el lado de la lluvia, a la que no estorba llegar al interior. Estos líquidos muestran una repulsión invencible por el canal de desagüe, tal vez porque lo hallan a un nivel muy elevado. Resumen: en fnvierno, agua por arriba, agua por abajo, y por los costados, agua; en verano, hierro cal- deado por arriba, alquitrán fundido por abajo y el sol por los costados. En toda estación, moscas, ratones, hedor, podredumbre y estudiantes de medi- cina". La queja, oculta bajo una apariencia festiva, dejaba traslucir un amargo mensaje. La sociedad de aquel tiempo creía ímicamente en la competencia de los médicos extranjeros y miraba con recelo y hasta con desdén a los nacionales, dando por sentado que de ellos sólo se podía esperar mediocri- dad. "Los médicos indígenas... -clama Orrego Luco-. Ustedes no pueden comprender lo que encierran estas palabras, ustedes no podrán comprender jamás todo lo que deben a los que dignificaron el título que van a recibir. Conserven esa herencia de dignidad que ha costado tanto esfuerzo". La situación comenzó a cambiar a partir del momento en que el ministro Javier Tocornal matriculó a su hijo en la Escuela de Medicina. Cuando Ballester, Mackenna y Tocornal recibieron su título de médico, el "Semanario de Santiago" sentenciaba: "Desde este momento queda dignificada la profe- sión médica en el noble puesto que le corresponde". El Hospital Clínico Universitario y la Escuela de Medicina son entidades indisolubles. Ambas forman un solo cuerpo. Más aún, el alma de una medi- cina genuinamente nacional sólo se forja cuando enctientra el molde físico donde ha de vaciarse. La creación de un hospital docente debió sufrir frecuentes postergacio- nes a causa de las restricciones del erario nacional. y al poder omnímodo de la junta de Beneficencia, la irrupción de epidemias de viruela y cólera y la Guerra del Pacífico. Al iniciarse el último tercio del siglo pasado, existían en Santiago dos hospitales: el San juan de Dios, para hombres, fundado en el siglo XVI, y el San Francisco de Borja, para mujeres, de fines de siglo XVIII. La Casa de Orates y una Maternidad completaban las unidades asistenciales de las pos- trimerías del siglo XIX. Durante ese período fueron construidos por erogación popular los hos- pitales del Salvador y San Vicente de Paul, propiedad ambos de !ajunta de 18
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