Huella y presencia (tomo IV)

HüELI,\ Y l'RESE:-;CJA IV calidad, de quienes he recibido y sigo recibiendo enseñanzas, apoyo, cariño y comprensión. He recibido de ellos una amistad sincera, perdurable, a prueba de todas las encrucijadas de la vida al asumir funciones directivas en la Carrera de Obstetricia, trayendo sólo como mi patrimonio las vivencias y experiencias de los escenarios asistenciales. Por la labor desarrollada en el Ministerio de Salud, me acogió un grupo humano de docentes excepcionales, quienes con la excelencia de su trabajo académico, con su actitud docente, con su concepción de académicos me transfirieron lo más hermoso de una maes- tra, el amor y entrega por la tarea docente. Además de sus orientaciones para el desarrollo del área profesional. if Ello me trae a la mente las palabras de un gran pensador: "La vida es en verdad oscuridad, excepto donde hay un anhelo, y todo anhelo es ciego excepto cuando hay saber y todo saber es vano, excepto cuando hay amor". Mi eterna gratitud y reconocimiento a ese grupo, Lidia Moreno, Nidia Canales, Nancy Poblete, Elisa Alvarado, Gloria Contreras, Rosa Renere y muchas otras. A los doctores, Mario Herrera, entonces Di- rector del Departamento de Obsteuicia y Ginecología -sur- quien junto con Ramón Rubio, Raúl Bianchi, Mercedes Ruiz, entre otros médicos, me orientaron con su vasta experiencia académica en los ajustes curriculares para elevar el nivel y estatus de la carrera de obstetricia. Por todo ello, que sustancialmente es una relación de amor en la tarea universitaria es que, apropiándome de las palabras que Amanda Labarca pronunciara en este mismo Salón de Honor en la solemne ceremonia de su nombramiento como profesora extraordinaria de psicología de la Facul- tad de Filosofía, Humanidades y Arte; me atrevo a decir con orgullo "hija espiritual soy de la Universidad de Chile y con piedad filial miro sus defec- tos, con mas ánimo de corregirlos que de criticarlos en público". En este amor filial por la Universidad, me interpreta plenamente la estrofa de su himno que dice así: "madre nuestra no sólo te amamos, por tus muros de piedra y de sol tus cimientos de luz los llevamos enterrados en el corazón". En este acto que la Universidad anualmente dedica a la mttjer he queri- do recordar las palabras que Amanda Labarca dirigiera a las estudiantes en 1925 con ocasión de celebrarse el cincuentenario del decreto Amunátegui que permitió a la mujer cursar estudios superiores y obtener grados y títulos profesionales universitarios "mi última palabra es para vosotrasjuventud es- tudiantil. El consejo nacional de mujeres de Chile me ha pedido en esta ocasión en que celebramos el cincuentenario de un decreto, el más memo- rable de los factos de nuestro desarrollo cultural. 160

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