Huella y presencia (tomo IV)

HUEI.IA Y l'IU-~'iE:S:CIA IV hacía gala de su oratoria, recibió vítores desde la galería abierta al público (algo insólito en esas circunstancias). De pronto, todos sentimos un violen- to ruido y el temblor producido por el impacto de una bazooka contra el edificio de la ONU en Manhattan. Al término de la sesión salí con Bernstein, fuimos presentados y mantuvimos una breve conversación. No se vislumbra- ban aún las circunstancias que dejarían inscritos su nombre y su imagen en la historia. Habría tanto que contar de tal experiencia como, por ejemplo, la colorida presencia de los delegados de los jóvenes países africanos, sin tradición di- plomático:iurídica; que venían a exponer sus problemas e inquietudes, o que asistí casualmente al bautizo del sobrino del Presidente Ke1¡rnedy, Mathew, hijo de Roben Kennedy, en la Iglesia de Saint Patrick de NewYork. Sólo unos últimos recuerdos. La Asamblea se caracterizó por su larga duración y por desafiar la capacidad diplomática para resolver conflictos. Como la URSS, Francia y otros naciones tenían sus cuotas impagas, EEUU planteó que, de acuerdo al artículo 19, esos países no tendrían derecho a voto. La respuesta fue amenazar con el retiro de la organización, lo que significaba su quiebre como institución destinada a mantener la paz. Se de- cidió dar curso únicamente a materias en las cuales hubiera acuerdo unáni- me, pero corriendo el riesgo de que en cualquier momento se pidiera vota- ción. Enrique Bernstein debió regresar pronto a Chile y hubo que atenerse al orden protocolar. Me correspondió presidir la delegación chilena en un momento de intenso trabajo de grupos regionales y negociaciones políticas. Participé en el grupo de los 77, en el latinoamericano y en una decisiva votación en la cual era difícil visualizar el resultado y no era posible consul- tar a la Cancillería. En esa época, China continental no formaba parte de la ONU. Un país pequeño, cercano a la postura china, pidió votación. Yo de- bía tomar la decisión por Chile, sin posibilidades de consultar a la Cancille- ría. Felizmente el resultado y la experiencia fueron positivos. En plena "gue- rra fría" todos los países, excepto Albania y Mauritania, votaron en un solo bloque. Mis escasos 30 años de edad no me traicionaron. Quedé registrada como la primera chilena que encabezó una delegación chilena a la Asam- blea General. Una labor que pude cumplir con la colaboración de excelen- tes diplomáticos y amigos. Uno, el de mayor edad, de gran sensatez, expe- riencia y cordialidad era Occavio Allende, padre del Premio Nacional de Ciencias, Dr.Jorge Allende. Otros, el poeta Humberto Díaz Casanueva y su esposa Eleonora Kracht (Fig. 3). A fines de 1965 debí partir a Polonia como esposa del Embajador de Chile y representante ante la Comisión de la Condición jurídica y Social de la Mujer de la ONU. Aprendí el idioma polaco y fácilmente me mimetizaba como una polaca más. Así pude ver de cerca la celebración del milenio d el cristianismo en Polonia y los movimientos estudiantiles del 68, que emergieron en ese país tal como en Europa y América. Las protestas surgie- 122

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