Huella y presencia (tomo IV)

HL' ELI A Y l'Rl·~~E;>;CIA IV A ÑOS m : I NFA;>;CIA, CRF.CIMll•::-To y llÚSQL'EllA La imagen del médico fue e n mi infancia la de l pediatra, como la del que me atendió de urgencia en la Asistencia Pública por un accidente mientras jugaba con muñecas, y la del internista que nos examinaba a través de los rayos X, instrumento que para una niña pequeña era decisivo al decretar el estado de salud o enfermedad. Ya e n esos tiempos debo haberme in teresa- do por la medicina, ya que me quedó grabada en la memoria una anécdota, relatada a mi madre y a mí por el médico de familia. Aludía a algunas de las escasas e intrépidas estudiantes que se habían arriesgado a ingresar e n esa carrera. Mi madre, tal vez por alardear de mis buenas notas 1 en el colegio, había desencadenado la conversación que llevó al bondadoso médico a acon- sejarme que no intentara desarrollar una vocación profesional de tanto ries- go para mi femin eidad. En mi hogar, particularmente a través de mi madre, se estimuló el estu- dio de las artes. Estudié piano en el Conservatorio Nacional de Música y danza desde muy temprana edad; más adelante artes plásticas, teatro y can- to. Mi padre nos orientaba hacia el estudio de las matemáticas y la historia, como también, h acia lo que sucedía en Chile y el mundo (la segunda guerra mundial). Al mismo tiempo, los hijos servíamos de enlace con la cultura chilena por la que mi padre mostraba un profundo interés. Recuerdo tardes de invierno donde leíamos en voz alta, mi h ermano mayor y yo, selecciones de los "libros de lectura" diferenciados para mujeres y varones. En ellas, mi padre descubrió que el recuerdo de la imagen de un barco extraordinaria- mente iluminado y vislO en el mar de Castro, cuando no dominaba aún el idioma castellano, correspondía a la leyenda del Caleuche. Por mi parte, empecé a distinguir entre leyenda y realidad, cuando me percaté que, a diferencia de lo que se relataba en el libro, é l salió indemne de tan extraor- dinaria experiencia. Años después, en los últimos de la enseñanza media, mis conversaciones con él, alternaban los recuerdos de su tierra natal con el valor que le conce- día a mujeres chile nas tan destacadas como Amanda Labarca y Gabriela Mistral. También formaba parte de la galería de mujeres destacadas, Lenka Franulic, la periodista, prima hermana de mi madre, que compartía con ella la misma fecha de nacimiento y su celebración co1~unta. Para mí eran im- portantes modelos, que contrastaban con una más íntima convicción pater- nal acerca de la superioridad masculina, propia de alguien nacido a fines del siglo XIX. Ser de origen extra nj ero nos hacía un poco diferentes a l resto de mis compañ eros de colegio y de barrio. Compartíamos deberes domésticos e inquietudes intelectuales, reuniones familiares y mucha música, siendo ex- cepcional la participación en fiestas con amigos de nuestra edad, salvo los primos. Nunca se nos exigió estudiar; eso formaba parte de la vida: resolver problemas de álgebra podía llegar a ser tan entretenido comojugar, lee r un 110

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