Huella y presencia (tomo III)
DR. Orro OóRR "Angel, a ti te lo muestro todavía, ahí, en tu mirar se yergue por fin ahora redimido. Columnas, pórticos, la ambiciosa resistencia de la esfinge y de la catedral gris que emerge de la ciudad transitoria o ajena. ¿No fue eso un milagro? Oh tú, ángel, asómbrate, porque nosotros somos eso, nosotros; Oh tú, grande, cuéntalo, cuenta que fuimos capaces de e llo, ya que mi aliento no alcanza para la alabanza... Pero una torre era grande, ¿no es cierto? Oh ángel, ella lo era, grande; ¿pero también a tu lado? Chartres era grande y la música ascendía aún más lejos y nos sobrepasaba. Pero incluso una amante, oh, solitaria en la ventana nocturna... ¿no te llegaba hasta la rodilla?... ". El ángel es aquí no sólo e l mensajero entre los hombres y los dioses, como aparece en casi todas las religiones orientales, sino que representa a la divinidad misma, ésa que con su mirar benevolente "redime" a los objetos de este mundo transitorio. Como en la Biblia, las acciones de los hombres y el producto de ellas, sus obras, deben encontrar su justifica- ción en Dios mismo. E inmediatamente después procede e l poeta a enu- merar algunas de estas obras, que han venido emergiendo a través de la historia del hombre sobre e l sue lo de esta "ciudad transitoria" que es nuestro mundo. Ellas son: las columnas, los pórticos, la esfinge y las cate- drales. Todas tienen en común su carácter casi imperecedero, a diferen- cia de los objetos que crea la modernidad. Esas columnas, que no tienen cabida alguna en los edificios modernos y que fueran tan importantes en la antigüedad, no han podido ser destruidas ni por las guerras ni por e l paso del tiempo. Tampoco los pórticos reciben un lugar en la arquitectu- ra moderna, ésa que tiende a la funcionalidad, a los espacios abiertos y a la intercomunicación total. Los pórticos aislaban con fuerza y consisten- cia a castillos, fortalezas y ciudades de la amenaza enemiga. Por su parte, la esfinge, con sus dimensiones sobrehumanas y que por milenios ha es- tado ahí sola en medio del desierto, es la imagen misma de la eternidad, y es por eso que el poeta, en la Décima Elegía, la va a colocar como un elemento esencial del paisaje que servirá de tránsito entre este mundo y el otro. El último elemento que e l poeta ofrece a la divinidad como ejem- plo de nuestra extraña grandeza son las catedrales góticas y en particular Chartres ("... la catedral gris que emerge de la ciudad transitoria o aje- na..." y, más adelante: "...Chartres era grande y la música ascendía aun más lejos / y nos sobrepasaba..."). Pocos monumentos ha construido el hombre que sean más bellos y que estén mejor conservados, es decir, que hayan resistido mejor el paso del tiempo, que la catedral de Chartres 101
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