Huella y presencia (tomo III)
DR. Orro DóRR "En ningún sitio, amada, habrá mundo si no es dentro. Nuestra vida transcurre con transformaciones. Y lo externo, cada vez más insignificante, se desvanece. Donde hubo una vez una casa duradera, oblicua irrumpe una figura imaginada, algo que pertenece por completo a lo pensable, como si estuviera aún del todo en el cerebro. Vastas reservas de energía se crea el espíritu del tiempo, pero amorfas... El ya no conoce templos...". El poeta nos recuerda primero que el verdadero mundo se encuentra en nuestro interior o al menos tiene que pasar por nuestra interioridad para adquirir su plena existencia. También vemos aquí anunciado todo ese enor- me impacto que iba a producir en el pensamiento mode rno la fenomenología de Husserl, al poner en el centro de la reflexión filosófica a la conciencia, o mejor dicho, al mundo en cuanto contenido de una conciencia ("En nin- gún sitio, amada, habrá mundo si no es dentro"). La fenomenología de Husserl se encontraba en pleno desarrollo en el momento en que Rilke escribió sus elegías, pero es improbable que el poeta haya tenido contacto con ella; a l menos nunca la menciona en sus cartas. Sí sabemos que recono- ció tempranamente el valor de la obra de Marce! Proust (la comentó, muy impresionado, en una carta a la Princesa Marie von Thurn und Taxis del 2 de febrero de 1914, 11) y este gran novelista puede ser considerado como el primero que aplicó el método fenomenológico a la creación literaria, no conociendo tampoco la obra del gran filósofo alemán. Rilke se refiere luego al hecho que la vida del hombre ha estado acompa- ñada desde sus inicios de "transformaciones" que él ha hecho a y en la natu- raleza, como la creación de utensilios, instrumentos, joyas, edificios, arte, etc. Este proceso consistió durante muchos siglos en incorporar lo externo, de manera que la materia, al pasar por nuestra interioridad, adquiría una forma, forma de algún modo espiritual y eterna. Pero esto ha venido cam- biando con la modernidad, para transformarse, como dice el poeta en la Novena Elegía, en "un hacer sin imagen" ("ein Tun ohne Bild"). La mano que modela y espiritualiza cede el paso a las máquinas y los objetos se des- prenden en grandes cantidades de éstas, sin pasar por el hombre: "y lo ex- terno, cada vez más insignificante, se desvanece". La consecuencia necesa- ria de esta pérdida de interioridad -que también podríamos llamar proceso de deshumanización- es la alta peligrosidad de la técnica, a la cual el poeta se referirá expresamente más adelante. Estamos asistiendo entonces al re- emplazo progresivo de las cosas simples y duraderas, como una casa, por ejemplo, por elementos cada vez más artificiales y caducos. Todo lo que el hombre hacía antes era duradero , porque tenía una real consistencia, por- que estaba transido de la espiritualidad del que lo construía. Pensemos en las pirámides egipcias, los templos griegos o las catedrales góticas. En el mundo moderno, en cambio, casi todo es perecible y muy rápidamente, 99
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