Huella y presencia (tomo III)
HUELLA Y PRESENCIA 111 Nos ha entregado normas de vida". Se vuelven a repetir los aplausos de todo el curso. Fueron momentos de intensa emoción, algo tan sorpresivo e ines- perado. Con el obsequio de la champaña para la Cátedra habría bastado. Más tarde supe que los alumnos que tuve esa tarde en el último "paso prác- tico" macroscópico del año, habían quedado muy impresionados, no por la patología de una necrosis hepática aguda que habíamos analizado, sino por- que súbitamente al terminarse ya el tiempo de la actividad, al verlos tan jóvenes me inspiré en un elogio hacia los ideales de lajuventud, que hacen tan memorable esa etapa de la vida. Les había dicho que si no querían enve- jecer, a pesar de los cambios corporales que trae el paso de lo¡¡ años, debían guardar como preciado tesoro los ideales juveniles, no obstante las exigen- cias y tentaciones de la vida que tratarían de ahogarlos. Que guardaran muy aferrados el amor de la honestidad, a la veracidad, a !ajusticia y equidad, a la generosidad que vence los egoísmos, y al espíritu de servicio a los demás. Yque deseaba se realizaran plenamente con su vocación médica. El eco de receptividad que encontré en ellos se condensó en el regalo del canastillo de gladiolos y en decir en público que yo era una educadora. Fue como otra condecoración que me entregaron esos niños grandes, la herencia espiritual de Emilio Croizet. Al día siguiente temprano, muy de mañana le fui a ofrecer a él la ofrenda floral al mausoleo. Ahí, en ese lugar silencioso se juntaron los agradecimientos míos hacia Emilio y el de los alumnos hacia mí. Reflexioné que los docentes éramos como los eslabones humanos de una invisible y poderosa cadena. Que nos trasmitíamos sucesivamente en el tiempo, conocimientos y experiencias dan- do por resultado las promociones profesionales. Cuando años más tarde algunas veces oí decir a jóvenes colegas universi- tarios que la docencia de "pregrado" era un "cacho" quedaba espantada al ver el abismo vocacional entre nuestros Maestros con sus dignos continua- dores y estas opiniones tan desatinadas. Como no recordar a l Prof. Walter Fernández Bailas, cuyas clases de Histología eran tan cuidadosamente bien preparadas y que ponía tanto corazón en la enseñanza. Sus dibujos con tizas de colores que hacía con gran rapidez y destreza en la pizarra para relacionar las partes de los tejidos, lindaban con obras de arte. Su entusiasta admiración de la escue- la histológica española era notable. Elogiaba a Del Río Hortega y al gran maestro don Santiago de Ramón y Caja!. Nos instaba a leer su vida, a tomar ejemplo de estos españoles ilustres y que no fuéramos "descasta- dos". Un día... como de costumbre hace su clase que comenzabajusto a las 8 de la mañana; el delegado nos pidió que al final permaneciéramos en la sala. Así fue. Carlos Montoya, hoy Profesor de Salubridad, que era nuestro delegado, le dice al Prof. Fernández que a nombre de todo el curso agradece su presencia en clases: ahí nos enteramos estremecidos que su hijo preferido por sus gustos científicos, a quien e l llamaba su "pequeño gran sabio", a los catorce años se había ahogado el día ante- 90
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