Huella y presencia (tomo III)

Dios que no se hubiera muerto nadie. Tampoco se habría admitido que la docencia práctica macroscópica impartida a los alumnos de pregrado hubiese sido en base a sólo proyecciones fotográficas, que se usaban en las clases magistrales a todo el curso, o a uso de equipos visuales. Los alumnos debían observar, tocar, cortar si era necesario y correlacionar con las historias clíni- cas los hallazgos anatómicos. No se dejaba a la imaginación si la ficha clínica decía que la palpación del hígado era dura y de borde inferior cortante. El patólogo hacía que los alumnos lo comprobaran en la mesa de mármol con un corte especial de cuchillo haciendo crujir el órgano y tocando con su mano enguantada el borde. Lo visto ahí no se olvidaba más. En el aspecto asistencial veíamos patología variada de diveisas cátedras, es decir de sus servicios que nos pedían informes. Nos formábamos como anátomo-patológos generales y más tarde nos fuimos especializando. Guardo especial recuerdo de la Cátedra de Medicina Interna del Prof. Ramón Valdivieso y colaboradores de la cual fui anátomo-patóloga incluyen- do las reuniones anátomo-clínicas. Como asimismo de la Cátedra de Medici- na Interna del Prof. Alejandro Carretón, para lo cual fue en persona a soli- citarme al Prof. Mena. La correlación con esas clínicas con sus excelentes reuniones de valiosos y distinguidos p1·ofesionales fue para mí la continua- ción de la escuela anátomo-clínica en que me había formado con mi Maes- tro Emilio Croizet, que a su vez la aprendió en Francia y que venía desde tiempos de R. Th. Laennec. Con todos los avances de la época e incorporan- do en forma ecléctica lo europeo, lo norteamericano y de otros países en nuestros conocimientos y bibliografías. Todo se preparaba acuciosamente para las reuniones anátomo-clínicas. Fue una edad de oro. Tanto los médi- cos clínicos como la patóloga que escribe, daban lo mejor de sí para el me- jor aprovechamiento de médicos y de alumnos. Cada especialista aportaba lo suyo; losJefes de Clínica enriquecían a la audiencia con su gran bagaje de conocimientos y experiencias. Los Profesores de Cátedra dirigían el con- cierto científico que era cada reunión que confrontaba la clínica con la palabra final que luego diría quien rep1·esentaba a la anatomía patológica. Luego venía la exposición de hallazgos anatómicos que daban los diagnósti- cos definitivos ilustrados con diapositivas en color de la macroscopía (órga- nos al ojo desnudo) y de la histopatología de los órganos enfermos con diferentes metódicas de tinciones. Todo demostrado con la evidencia. Como ningún clínico conocía los diagnósticos finales que daría el patólogo, en los casos de muy difícil inter- pretación clínica, por chancear algunos médicos me decían que yo era para ellos una especie de Agatha Christie que al final les develaría el misterio. Era un esplendoroso ejercicio científico. Nunca olvidaré esa época. Algunos días sábados del mes, siguiendo la tradición, también se organi- zaban grandes Reuniones Anátomo-Clínicas en las que participaban todas las Cátedras de Internistas en el Auditorio Emilio Croizet. Seguían las pau- tas ya señaladas y le podía tocar a cualquier patólogo que le hubiese practi- 86

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