Huella y presencia (tomo III)
Jillf.l.lA Y l'Rt~~ENCIA fil la actividad. Desde entonces fui una incondicional admiradora de su ense- ñanza y de su personalidad. Si alguien hacía algún comentario que me pare- cía injusto o torpe hacia él, salía yo en su defensa como si me hubieran infe- rido un agravio personal. De aquel Paso Práctico, aunque no teníamos con- versaciones ni proximidad con los Profesores de Cátedra, había nacido en el alma de una tímida alumna un verdadero Soldado Desconocido, dispuesta siempre a romper lanzas por su Maestro. Esos cursos Prácticos eran el nervio de su enseñanza. En ellos trataba personalmente con sus alumnos. En la otra actividad práctica, que eran los pasos de Histopatología, colaboraban sus médicos ayudantes, los patólogos de la Cátedra quienes también lo hacían con gran calidad. if 6. El Maestro de Postítulo: trabajó intensamente en nuestra formación; cuando ingresé al Instituto en ese año, recién recibida, el Prof. Croizet se encargó personalmente de enseñarme como también me asesoraron los patólogos de su cátedra que lo hicieron con gran generosidad. Las jornadas de trabajo eran intensas. Además de asistir dos horas diarias a la Clínica de Medicina Interna del Prof. R. Valdivieso para no perder de vista la correlación anatomo-clínica, luego en el Instituto estaba esperán- dome trabajo de Pabellón de Autopsias; en las tardes Trabajo Histopatológico Intenso, estudios de Seminarios Temáticos, Diagnósti- cos de Biopsias del Hospital, otras veces técnicas de Laboratorio; en días de docencia le asistía con resúmenes de las historias clínicas de los casos presentados en los Cursos Prácticos de Macroscopía (piezas anatómicas de fallecidos). Pronto, supervisada por mi maestro fui la patóloga encar- gada de informar y atender las autopsias, las biopsias y las Reuniones anatomo-clínicas quincenales de la Cátedra del Profesor Valdivieso. Es- tas eran de gran exigencia para el patólogo quien debía estar muy prepa- rado para responder todas las preguntas que hicieran los diversos espe- cialistas, los cuales eran de a lta categoría. Emilio Croizet me supervisaba el trabajo sin imponerse. Tratábamos de bibliografías revisadas, de casuísti ca, de textos y revisábamos iconografías de los temas. Con suma generosidad transmitía todos sus conocimientos. Al final de la intensa jornada, como descanso, venía la conversación recreativa. Su cultura humanística era tan extensa que no había tópico que escapara a su cono- cimiento: literatura francesa y castellana, con recitación de poesías que recordábamos, hechos de historia, de personajes famosos, de religión, de filosofía, de artes, etc. Acordamos que algunas tardes de sábado se dedicarían a los aspectos humanísticos. Así, de su r ica biblioteca escogía libros. Decía: hoy veremos a Eduardo Marquina, la próxima vez a Núñez de Arce , Campoamor y Becquer, otros sábados a los franceses Ronsard con su Soneto a Helena, a Lamartine, etc., otras veces de la excelente colección Skira, dedicada a la pintura, me decía: hoy le he seleccionado a los pintores flamencos, la próxima vez veremos a los españoles Velásquez, 82
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