Huella y presencia (tomo III)
DR. Hf:CTOR CROXATIO sueños más vividos de la experiencia cotidiana. La actividad científica como las del arte son empresas de descubrimientos, ambas obedecen a la misma vocación humana; buscan interpretar el mundo y ambas se alimentan de emociones estéticas. El profano que si bien celebra las conquistas de la Ciencia y el confort que aportan, muy raramente repara en los elementos de belleza que el científico descubre. Así, admite que el Arte apunta a la belleza mien- tras que la Ciencia más bien apela sólo a la razón. Aún más, se ha dicho que la Ciencia destruye la belleza prístina, ingenua de las cosas. Es cotidiano escuchar que Ciencia y Arte son antitéticas y que el profano prejuzga como muy obvio que si el científico experimenta impresiones de belleza en su específico quehacer, ésas no tendrían la fuerza y calidez de las obras de un artista consagrado. Sin embargo, los artistas y científicos al opo- ner enjuego la creatividad en sus tareas propias, aplican las mismas virtudes que son ineludibles pasaportes para acceder a la creación: imaginación, cu- riosidad inventiva y capacidad de asombro. Quizás si ésta última virtud tan humana, antídoto del hastío existencial, sea la que engendra uno de los goces más refinados, el más •precioso ingrediente que permite captar sutiles mensajes de simpatía en cosas que para algunos podrían pasar desapercibi- das, o bien ser estimadas como sosas e insignificantes. Se dice con razón que los científicos y artistas por el don del asombro son los que hacen interesan- tes los frutos de su quehacer. Aristóteles se refirió al asombro: "El origen de la Filosofía y de un modo excelso de la poesía, es el asombro". El quehacer de un científico es inevitablemente parte de una empre- sa colectiva, que construye un patrimonio que pertenece a toda la huma- nidad, que crece con el esfuerzo colaborativo que metafóricamente pue- de ser comparado con la de construir un edificio sometido a constantes remodelaciones, que no tiene término y al cual contribuyen a enriquecerlo cada día más, los científicos de todas las latitudes. Es el edificio de la Ciencia siempre inconcluso, pero que velozmente se eleva a mayor altura. Allí, cada científico aporta sus propios materiales, datos concretos, de muy diversos quilates, que en esta construcción equivalen a colocar una mera palada de arena y cemento, o unos ladrillos, pilares de acero o también vigas maestras, o bien derribar muros de teorías que se hacen caducas, o abrir amplias ventanas para otear horizontes insos- pechados que aporten luz nueva al saber, etc. Pero nada de la íntima personalidad de esos "albañiles" queda en esa construcción que permita conocer a cada autor. En situación opuesta está el artista, que deja en su creación en forma imperecedora su propio estilo, y en sus obras maes- tras imprime en ellas inevitables rastros de su propia personalidad con tal transparencia que el autor puede ser reconocido. El artista concibe algo en que lo buscado tiende a identificarse con el buscador y permane- ce presente para siempre en su obra que detiene el tiempo como un conjuro para alcanzar la eternidad. Cuadros, esculturas, obras de arte- sanía conservadas por siglos están intactas en museos; poemas, partitu- 71
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