Huella y presencia (tomo III)

HUEUA Y PRESENCIA 111 raba a desayunar en el Hotel Carrera, pues ese día regresaba a USA. Claro que no dormí y ya a las 7:00 AM estaba en el hotel. Me conversó sobre las becas para el estímulo a la investigación que la Fundación promovía en Latinoamérica. Yo lo escuchaba como algo irreal, puesto que en dos meses más debía dar examen de grado para terminar mi carrera. No bien rendido éste, el correo me trajo los formularios para oficializar la beca que me per- mitió formarme por algo más de dos años en USA y Canadá. Iba a ser mi primer viaje con larga estadía fuera de Chile. V Más que islotes, dos experiencias, ya como estudiante en el ciclo clínico, debo catalogarlas como arrecifes, por lo sorpresivas y peligrosas. En la prueba práctica de IV año, Medicina Interna, me tocó examinar a un paciente que resultó ser un tratado completo de patología cardíaca. Con- fieso que nunca fui hábil para auscultar. Hice todo lo que pude, pero el ayudante que me examinó me invitó a escuchar de nuevo, con la adverten- cia de que ya mañana no tendría oportunidad de oír todo el conjunto de soplos que él esperaba que yo aprendiera. Nervioso como estaba, le comen- té: ¿Es tan grave el pronóstico, Dr.? No, me respondió, es que mañana lo vamos a digitalizar y espero responda bien al tratamiento. Aconteció también en el Hospital SanJuan de Dios, esta vez como Inter- no de Cirugía. Atendíamos a la hora de almuerzo un Policlínico en que solo ocasionalmente pasaba por allí el Ayudante por si teníamos alguna dificul- tad. Terminado el turno, debíamos reportarle nuestra planilla de atención con los diagnósticos. Uno de ellos hizo perder la paciencia al docente. ¿Qué broma es ésta, doctorcito? Yo había anotado: Fractura de falange distal, ín- dice derecho. Causa: Mordedura de león. Efectivamente, un aseador dejau- las del Jardín Zoológico (hoy Parque Metropolitano) había sentido rugir al león y como había ingerido unos tragos de más pensó aplacarlo convidán- dole a la fiera parte de un sandwich que tenía para su colación. Por supues- to, el león ingirió el sandwich, aunque por fortuna no ingirió también la mano que se lo ofrecía. Una nota del veterinario que detallaba las vacunaciones a que había sido sometido el león, y enviaba al damnificado a consulta médica fue mi salvación. Puedo imaginar el lío que habrá habido en el registro codificado de diagnósticos para la estadística del servicio, cuan- do fue menester ingresar la etiología del caso de marras. VI Como ayudante alumno, estando ya al fin de la carrera, creo que fui muy exigente con mis alumnos de ler. Año. Para muestra un botón "microscópi- co". Un vivaz alumno reprobó el examen práctico porque no sabía usar el microscopio. Tuvo la mala fortuna d e sortear de nuevo conmigo para ser su 56

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