Huella y presencia (tomo III)

DR. EDUARDO Bm>Tos jado de un infarto. Se recuperó de éste y volvió a su amada docencia. Un grupo de alumnos resolvió jugarle una broma macabra. Trajeron (a présta- mo de alguna de las empresas funerarias que abundan en e l área) un lujoso ataúd y lo pusieron al centro de la sala de seminarios de Embriología. Ese fue el primer recinto que el recién dado de alta Prof. Badínez enfrentaba al volver a clases. No dijo nada y el seminario se desarrolló normalmente. Ter- minado éste y cuando el curso se retiró, Badínez llamó al carpimero de la Escuela y le pidió cortar el ataúd para reducirlo a un buen número de tablas de disección para ratas, a utilizar en los Trabajos Prácticos. Grande debe haber sido la sorpresa de los bromistas cuanrlo volvieron más tarde a buscar el desararecido ataúd. Mayor hubo de ser la cuenta a cancelar a la empresa funeraria. 11 No recuerdo como fui elecLo delegado de curso ya en primer año, res- ponsabilidad que tuve hasta subdividirnos en los grupos de Internado en 7º año. La asignatura que causaba pánico en 2º año era Histología. El Prof. W. Fernández tenía fama de dejar para marzo a un buen número de los que habían sorteado el ler año, curso en el cual las cefaleas oscilaban entre Química (en que el Prof. L. Cerutti llenaba la kilométrica pizarra del audito- rio de Borgoño con ecuaciones y fórmulas) o Física Médica, de dificultad variable según el ánimo del Prof. Dr. G. Méndez. El sorteo de la fecha de las pruebas finales de 2 2 año determinó que la de Histología ocurriera en la semana entre Navidad y Año Nuevo:·Ello ocasio- nó un terremoto emocional y el curso exigió a su delegado pedir aplaza- miento de la fecha. Con muy poca convicción, pedí hablar con el Profesor. La secretaria me indicó que pasara a su laboratorio pero no lo interrumpie- ra porque estaba observando una larga serie de cortes de sistema nervioso al microscopio. Cuando finalmente me dirigió la mirada, antes que yo habla- ra, me dijo: Sé a lo que viene y mi respuesta es ¡no! Volví al auditorio, mis compañeros esperaban allí. Enterados de la respuesta, el grupo ideó una estrategia; la solución fue propuesta por quien es hoy un destacado cirujano de nuestro Hospital Clínico. Se ideó comprar en el centro de Santiago una maxi tarjeta de Navidad, que al abrirla emitía suaves villancicos (eran de contrabando y muy novedosas en ese tiempo). Dicha tarjeta, firmada por todos nosotros (cerca de 160) , la dejé en la secretaría para ser entregada a l Prof. Fernández. La clase final de Histología, poco antes de Navidad, fue una hermosa alocución del Profesor sobre el binomio Maestro/Estu- diante. Se notaba muy emocionado al declarar que nunca en varios lustros como docente, un curso había tenido la cortesía de enviarle tan bonito saludo de Navidad. Incluso se disculpó por habernos de- 53

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