Huella y presencia (tomo III)
Hl' EI.IA Y l'RF.'iE:-JCIA 111 Ciertamente que forzar el estudio no es función del docente universita- rio. El rendimiento de la docencia se evalúa sanamente a través ele pruebas externas. Estas representan un desafío común para el estudiante y también para el docente, un desafío que los acerca y los une en el propósito común de salir airosos. Exámenes a nivel internacional permitirían comprobar si el diálogo entre docente y estudiante ha sido fructífero en cuanto a la forma- ción de profesionales que pueden asumir responsabilidades, aquí y en cual- quier parte. No hay razón por la cual nuestros profesionales puedan ser de menor valía que en países más desarrollados. Incluso nuestros productores de manzanas tienen que atenerse a estándares internacionales. Si nuestros egresados responden a requerimientos universales de calidag, podríamos exhibirlo con orgullo y premiar de este modo a los docentes en base a lo- gros claramente objetivables. El rendimiento demostrable en base a una acreditación internacional de los egresados constituiría un atractivo adicio- nal para matricularse en (y con) nuestra Facultad. Y lo más importante: el justo orgullo del mérito real ayuda a desarrollar el sentido de pertenencia. Este constituye la base para desarrollar el sentido de responsabilidad, parte clave del desarrollo integral de la persona que puede estimularse en el Jugar de trabajo, en este caso, la Facultad. Podemos culpar al sistema. Sobran los factores que en nuestros tiempos favorecen la enajenación. La instrumentalización del saber como arma de dominio, ya sea político y/o económico, permite satisfacer demandas con- tingentes. Pero, también es frecuente causa de la falta de desarrollo o aun del quiebre irremediable de la persona. Con la indiscriminada prestación de servicios, muchas veces motivada por justas razones de autosustento, se sacrifican espacios de reflexión y de diálogo. Con ello nos alejamos de la identidad valórica y creativa de lo académico, que somos responsables de mantener y desarrollar. El Estado y las empresas privadas requieren mano de obra especializada. A la vez obligadas a abrir una matrícula excesiva para suplir la falta de medios, muchas de nuestras universidades se constituyen en maquinarias formadoras de profesionales, frecuentemente en desmedro de la calidad valórica y también científica de sus egresados. La educación superior que no asume decididamente un papel crítico, que no da lugar a la reflexión filosófica, y que por otra parte se ve expuesta en todos sm ámbitos a presiones de política partidaria y/o de tendencias mercenarias estará siempre paralogizada por la sumisión a contingencias externas que limitan la creatividad. No pudiendo ser propiamente creativa, la unive rsidad ya no representa un lugar donde la sociedad pueda reflexio- nar sobre sí misma. Las esperanzas del estudiante (y de sus apoderados) se reducen a la obtención de un cartón que acredite su capacitación como mano de obra y futuro proveedor. Pero la falta de creatividad afecta a la calidad y con ello acecha la cesantía, cualquiera que fuera el color del car- 46
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