Huella y presencia (tomo III)

mados de América del Sur y de la Península Ibérica y a mi vez recoger las mejores experiencias de cada uno de ellos y así diseminar estos conocimien- tos por todo el ámbito señalado, lo que favoreció un evidente progreso de los conocimientos y un favorable acercamiento de los especialistas. Guardo especiales recuerdos de esta época y de los brillantes especialis- tas dedicados íntegramente al tema quemaduras, los que me honraron con su estimación y confianza. Ha sido tan fuerte el lazo de amistad conseguido, que pese a los años transcurridos, ninguna sombra ha empañado esta amis- tad. Nombrarlos a todos es peligroso, porque más de alguno se me puede quedar en el tintero, prefiero concentrarme en el grupo que fue conocido como los "Mosqueteros de las Quemaduras", integrado por: Benaim de Ar- gentina, Couto Sucena de Brasil, González Rentería de México, Linares de U.S.A.; Soto-Matos de Venezuela y quien escribe estas líneas. Durante 8 años ejercí el cargo de Presidente de CILAPAQ, época de agotadoras jornadas y serias responsabilidades, pero que se compensaban con el agrado de poder recoger valiosas experiencias y al mismo tiempo poder prodigarlas a manos llenas a otros países en forma de Cursos Interna- cionales, que cada vez adquirían mayor prestigio y más abundantes adherentes. Es verdad también que no estaban exentos de serios imprevis- tos, los que siempre pudimos sortear con éxito. Así, a modo de ejemplo, el programa de un Curso en Cali, Colombia, contaba con tres Profesores Ex- tranjeros, dos de los cuales no pudieron arribar oportunamente por dife- rentes motivos y tuve yo que exponer ese primer día el total de las charlas, improvisación que resultó para mí muy angustiante. En otra oportunidad, en Sao Paulo, momentos antes de la inauguración del Curso, me avisaron que no podría asistir el Sr. Gobernador, por lo que tendría que hacerme cargo del discurso de esa autoridad, para lo cual dispu- se para su preparación de sólo 20 minutos. Volviendo a nuestro sitio de trabajo, en 1967, la presión asistencial sobre esas 16 camas puestas en servicio cinco años antes, era demasiado manifies- ta y se imponía la tareas de buscar la solución para su ampliación, lo que resultaba muy difícil, por no decir imposible. La solución llegó casi en forma divina. El Dr. Raúl Vera Lamperain, Sub- director del Servicio Nacional de Salud, durante una visita al Hospital, que- dó profundamente impresionado con los niños quemados que vio tanto en el Polidínico como también hospitalizados. Nos ofreció todo su apoyo para solucionar el déficit de camas. Como se estudiaba el término del Internado de la Escuela de Enfermeras, decidió apurar esta decisión y el local que ellas ocupaban fue destinado al Centro de Quemados. Pero este local estaba si- tuado en el 2 2 piso del pabellón del frente, cuyo primer piso era ocupado por las cocinas, y los enfermos quemados en su nueva ubicación tendrían que llevarse al 3 2 piso del Pabellón Errázuriz para ser operados, todo lo cual era, por decir lo menos, una cuasi locura. Pues bien, la locura se llevó a 39

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