Huella y presencia (tomo III)

DR. RENÉ ARTIGAS pita!. Esta competencia entre ellos duró varios días, hasta que la enferma se repuso totalmente. De regreso en Santiago, ingresé al Servicio de Cirugía del Hospital San Borja, que estaba a cargo del Prof. Ruperto Vargas Molinare, gran cirujano, quien siempre tuvo para mí palabras de afecto y allí conocí también a quien Je debo todo mi arte en el manejo del instrumental quirúrgico, el Dr. Héctor Caviedes, quien fuera del pabellón me enseñaba el nombre de cada instru- mental, para qué servía, cómo se usaba y después controlaba como yo ejecu- taba las maniobras por él enseñadas, las que una vez aprendidas las ponía- mos en práctica en las mesas quirúrgicas, en las operaciones de verdad. Han pasado los años, pero el recuerdo del Dr. Caviedes no se ha perdido. Actualmente en el Servicio de Cirugía del Hospital Exequiel González Cor- tés, donde fui jefe durante 1Oaños, al practicar una apendicectomía se eje- cuta la maniobra denominada "Dr. Caviedes", que permite al cirujano extir- par el apéndice sin la colaboración de su ayudante, en e l momento de su sección e invaginación del muñón, técnica que tuve e l agrado de transmitir- les, sin olvidar su origen. Un día cualquiera, un hecho fortuito me llevó al Hospital de Niños Ma- nuel Arriarán y allí mi destino se cruzó con el Dr. César Izzo Parodi, en ese entonces jefe del Servicio de Urgencia del hospital, quien me invitó a inte- grarme a su grupo de trabajo, tema el que desconocía por completo, ya que a mi haber sólo podía exhibir una ayudantía en una apendicectomía efec- tuada a una niña de 9 años. Me sentí cautivado por la simpatía y esa paternidad que irradiaba la per- sonalidad del Dr. Izzo, que acepté su invitación, pero haciendo notar mi ignorancia en la especialidad, a lo que no Je dio importancia, diciéndome: "Aquí Je enseñaremos y si después de seis meses no apreciamos buenos re- sultados, pondremos fin al convenio". Esos seis meses iniciales duraron 26 años. Mi jornada de trabajo era compartida entre el Servicio de Cirugía, a car- go del Dr. Agustín Inostrosa y el Servicio de Urgencia, dirigido por el Dr. César Izzo, ambos jefes con personalidades diametralmente opuestas, pero con el común denominador de ser innatos maestros, con un ín tegro sentido de entrega a sus enfermos, de una permanente preocupación por la supera- ción técnica y profesional de todos sus ayudantes, hacía del ambiente de trabajo una agradable sinfonía, donde reinaba la camaradería y e l respeto mutuo. En ese entonces el Servicio de Cirugía era un todo único e indivisible, por tanto en las salas de hospitalización, los pacientes podían tener las más variadas patologías, por ejem.: un fracturado, otro portador de una gran herida, otro una apendicitis, o una tuberculosis, etcétera. Entre esta variedad patológica, solía ser necesario hospitalizar un niño quemado. En este caso la situación era diferente; ese paciente quedaba a cargo del último de los cirujanos ingresados al Servicio. Esta ley no escrita se 35

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