Huella y presencia (tomo III)

HVI\LLA Y l'RESENCIA III en forma silenciosa trabajaban, enseñaban y hacían querer su especialidad. Obtenido por fin mi título de Médico Cirujano, durante pocos meses logré subsistir en Santiago, pero ya agotados mis recursos económicos no tuve otra solución que emigrar. Sin amigos, sin recomendaciones, me presenté en la Dirección General de Beneficencia, entidad rectora de todos los hospitales de Chile en ese momento y de pregunta en pregunta, llegué a la oficina que ocupaba el Subdirector General, Dr. Enrique Lava!, quien, sin hora solicitada ni reco- mendación de ninguna especie, me recibió a los pocos minutos. De partida me dijo: "¿Buenos días señor, en qué puedo servirlo? Sírvase tomar asiento". Este tratamiento jamás soñado, me dejó perplejo y silencioso.,,Recuperado apenas, pude manifestarle el objetivo de mi visita: "¡Pega!". Pensó un mo- mento y luego me respondió: "Actualmente hay tres vacantes: Achao, Tierra Amarilla y Combarbalá. ¿Le gustaría alguna?". "Combarbalá", respondí, pues no sabía donde quedaba, en cambio sí conocía la ubicación de las otras dos. Acto seguido el Dr. Lava!, giró su sillón, le puso papel a su máquina de escri- bir y entregándome lo escrito, me dijo: "Aquí tiene su Decreto de Nombra- miento"; si puede, váyase mañana mismo. Allí podrá vivir en el Hospital porque el hotel es muy malo. "Que tenga mucha suerte". Se levantó y me despidió. Así fue como aterricé en aquella ciudad, donde permanecí varios meses, siendo el único médico de una gran zona, que además era médico del Segu- ro Obrero, debiendo atender su Consultorio Externo y las Postas Rurales que correspondían, además Médico Legista y de Sanidad. El único gasto en que incurría era en la cancelación de un "taxi" (Ford modelo T, del año 1927), que ocupaba los días sábado en las rondas a las Postas Rurales; todo el resto de los honorarios eran ahorrados, Jo que me permitió vivir en Santiago durante dos años sin entradas, trabajando ad- honorem y viviendo como estudiante. Muchos recuerdos guardo de mi estada en ese lugar, algunos penosos por el aislamiento y la falta de recursos, otros agradables por la gentileza y cariño de sus habitantes y su gran espíritu de solidaridad. Recuerdo especialmente la situación creada ante una niña de 9 años, que afectada de una grave enfermedad, sería el ideal contar con Penici- lina para su tratamiento. En ese tiempo la Penicilina se indicaba cada 4 horas en inyecciones intramusculares y la droga debía guardarse refrige- rada a cero grado de temperatura. ¿Cómo hacerlo?, si no había luz eléctrica para tener equipos refrigerantes donde guardar la Penicilina durante varios días. La solución la encontraron los amigos de la enferma: todos los días en las mañanas, desde el ClubAéreo de una ciudad vecina, distante 80 Km., partía un avión civil con la dosis de Penicilina necesaria para el día y la dejaba caer desde un paracaídas fabricado ad-hoc, en el centro de la Plaza de la ciudad, porque no había aeropuerto, donde era recogida por los niños y llevada de carrera al hos- 34 / /

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