Huella y presencia (tomo III)
HUEL.IA Y PRESENCIA 111 ha sido la facultad a través de sus orgullosos 168 años. Estas contribuciones nos hacen recordar el esfuerzo con que se levanta- ban las catedrales del Medioevo que se erguían en base a trabajo físico, pero especialmente a fuerza de amor y fe. El símil nos parece aún más válido cuando recordamos que fueron esas catedrales los orígenes de las primeras universidades. Yque el amor en lo que se hace es indispensable para darle dignidad a nuestros afanes, especialmente cuando éstos tienen un impor- tante componente intelectual. El pasado es importante. En países tanjóvenes como el nuestro es funda- mental mantener la memoria que le entregaremos a los que vienen. Justa- mente es la pequeña historia, la de todos los días, la que permite, al fin y al cabo, darse cuenta de por qué las cosas son como han llegado a ser. Ysi esa pequeña historia (llena de nostalgia) se entreteje con las grandes reflexio- nes sobre el acontecer universitario en el contexto de las modificaciones político-sociales del país, de su progresiva integración en el mundo y del quiebre de los valores tradicionales, tendremos un documento valioso por- que refleja el sentir de un grupo privilegiado de la sociedad chilena como han sido los académicos de ésta, una universidad libre -eminentemente li- bre- capaz de escuchar, respetar y discrepar, con fundamentos, sobre todo tipo de ideas. En el caso de esta Facultad, gracias a estos testimonios, seremos capaces de darle humanidad y sentido al vertiginoso escudriñamiento de nuestra conformación genética. Lograremos reflexionar que, más allá de la proteómica, existe un ser humano dotado de virtudes y defectos que lo ha- cen tremendamente vulnerable y, en esencia, semejante a los hombres que nos han antecedido y que nos acompañan, de esta manera, a recuperar el aroma del pasado, para proyectarnos en una cadena sin fin, hacia lo que percibimos como un futuro impreciso, aterradoramente impredecible debi- do a los avances científicos que nosotros mismos elaboramos y que, en la práctica, nos desbordan. El hombre ha evolucionado (cualquiera que sea la explicación que le demos a esta evolución). Ha sido capaz de apoderarse de su entorno geo- gráfico, del espacio, conoce su conformación biológica. Pero quiere más. Ahora quiere apoderarse del tiempo. Quiere darle una dimensión distinta. Esa es la tarea en que se encuentra empeñado. Cada vez más rápido, rasgu- ñando sensaciones ajenas a través de los medios, sin pensamientos estructurados, haciendo zapping cultural enu·e televisión, letreros en las calles y noticias en el auto, mientras se dirige, tan rápido como le sea posible a un destino que no le es realmente propio porque debe partir una y otra vez... Una nueva concepción del horario. Un ritmo de urgencia, un redoble orquestal que impulsa, condicionadamente, a apurar el paso, apretar el ace- lerador, a dejar el libro y contentarse con el compendio. Para intentar compensar esto, para tratar de recuperar el ritmo del pasa- do reciente (tan beneficioso porque permitía decantar los pensamientos), 20
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