Huella y presencia (tomo III)
HvEI.LA Y l'Rl·~'>E!':CIA 111 desilusiones del mismo Hoecker por sus expe rimentos fallidos, que se aho- gaban en pints de cerveza, en los pubs de aquella Londres de postguerra, arruinada por los bombardeos. O podías oír algo sobre Snell, el Premio Nobel George Snell y su alergia alimentaria, la rutina nocturna de laborato- rio en Bar Harbor y el enarbolado paisaje de Maine, tan colorido y complejo como el panorama que entregaban los resultados de Hoecker. Básicamente lo que Hoecker enconlró fue el lenguaje que una célula utiliza para decirle al sistema inmune esto que ves en mí es mío, tuyo y nuestro. Pero de nadie más. Hoecker te contaba cómo una bandada de gansos llenaron de nostalgia su corazón y lo trajeron de regreso al sur. Más temprano que tardi sabrías de la insolencia de Avrion Mitchinson por no citar los Lrabajos de Hoecker, episo- dio que casi terminó a golpes, donde seguro se habrían impuesto los puños de Hoecker. Aquel grupo de señores fue bautizado como el "muy exclusivo club H-2", donde Hoecker poseía membrecía dorada. El que otorgó aquella aristocrática denominación fue Sir Peter Medawar, el adonis y semidiós de los transplantes, más tarde Premio Nobel por su descubrimiento de la tole- rancia inmunológica. Yentonces te los podías imaginar a todos reunidos. Y te daba la impresión de estar en medio de un club de caballeros ilustrados y aristócratas, sentados sobre noble mobiliario bebiendo café en porcelana Limoges, como la gente aristócrata, discutiendo, como aristócratas, la mate- ria científica más relevante de la época, paseando desde la cortesía al agra- vio, incluso utilizando palabras no tan aristócratas, como aquellas que nun- ca deben decirse delante de las damas. Cuando Hoecker me hablaba era como si un viejo rey de una nación guerrera reviviera un pasado glorioso, plagado de batallas y conquistas for- midables. Y de este modo el lozano corazón de un muchacho de 20 años, como el mío en esa época, fue incapaz de resistir aquel ejercicio magistral de hipnotismo. Aunque se podría esperar que la bravía arenga de Hoecker sólo despertara la pasión y la euforia, una voz interior me decía con alivio y convicción: "Al fin se aclara todo, de esto se va a tratar lo que viene". Así comencé escudriñando estantes y mesones, manipulando instrumentos y ratones, siguiendo complejas instrucciones y fórmulas. Y en aquel proceso fui conociendo el espíritu de Hoecke1~orgulloso, categórico y también ali- mentado por un temerario corazón adolescente, que ardía con el auténtico amor a la aventura y adquiría la fuerza de un coloso cuando recibía el desa- fío de algún otro. Si sucedía que se abría una nueva posibilidad de investigación en el labo- ratorio, aunque a los comunes nos resultara invisible, el corazón de Hoecker se disparaba como fuego de artificio en una fiesta popular. De pronto todo aquel mundo se consagraba a sueños y profecías, mientras el viejo caballero se iba recubriendo de sus antiguas armaduras, agitándose en el frenesí de un nuevo combate. Hoecker disponía de instrumentos, tubos, ayudantes y cuanto elemento pudiera contribuir a la saga, creando un caos genuino y feliz. En ese trance inspirador, se manifestaba alerta a enfrentarse a cual- 156
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