Huella y presencia (tomo III)
¡HOECKER! Dr. Jorge Fernández C o,vor:i Pl•.Rso, w.,111-:,vn; ,11. Docro11 G1 •s·1,1vo Hw:cK1:n Salas una ta rde de e ne ro de 1990, cuando ya había recibido el Premio Nacional de Ciencias . Nuestro primer encuentro ocurrió mien tras yo aprendía con dificultad a desarrollar un ensayo de hemaglu tinación. Sin darme cuenta, Hoecke r me obse rvaba a corta distancia, d e pie, con el de lantal abie rto y las manos en los bolsi llos. Cuando me percaté que alguien me vigilaba, me volteé para mirar. Lo que más me llamó la atención fue su capacidad de desafiar la gravedad, como sin e n cualquier momento pudiera seguir estirando su fi gura, como un á rbo l en un cuen to ele Lewis Canoll. De esa forma Hoecke r llegó a mi existe ncia en aque l verano tal como yo llegué a su laboratorio a aprender inmunología. Al comien zo le temía. Pocas veces me miraba, la mayor parte del tiempo yo le resultaba definitivamente indiferente. No recuerdo un hecho pa rticular que me llevara a pe1·clerle el miedo o a descongelar su indife re ncia ; creo que mi presencia insistente en sus d ominios, apostado como un gato en una tibia h abitación en e l invierno, fue lo que en defi nitiva lo obligó a detenerse en mi p ersona. Cuando Hoecker se acercaba a ti, no lo hacía para saber e n qué te podía complacer, sino para ente rarse si e n definitiva tú podías complacerlo; de paso para que descubrieras que era lo esperable ele él. Este ri tual lo prac- ticaba con una sapiencia que parecía propia y que en cierto modo lo e ra. Después ele aúos d escubrí que la fó rmula de Hoecker era el secreto alquímico que sólo conocen los maestros verdaderos: la magia que e llos esparcen al contar una historia. YHoecker prefería contar su propia historia , esperando con la paciencia p erversa de un felino experto el momen to en que te pudie- ras reflejar en el lustre de su piedra, tallada con el cincel de sus vivencias y periplos. Yhabía a lgo embriagador en aquellos relatos, un paisaje teatral que te hacía espeCLador de una epopeya difícil de re pe tir, como el apogeo ele una ciudad ancestral sepultaba por un volcán furi oso. Al oír a Hoecker hablar de sus aventuras en la ciencia, te parecía escu- char el testimonio de un caballero vestido de levita, sombrero de copa y re loj ele leontina después de fina lizar un viaj e e n globo . De hecho por mu- cho tiempo, Hoecker fue mi person ificación de Phileas Fogg. Escuchabas cómo Pctcr Gore r llegaba al Guy's Hospital por la maúana, fumando, en Ro lls Royce y preguntaba: ¿descubrió usted ya el secreto de la vida?, o de la envidia que sentían otros por la brillantez d e Gore r, o las 155
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