Huella y presencia (tomo III)
HLIEI.LA Y PRESENCIA 111 Al Dr. Quijada debemos el rápido avance que tuvo nuestra profesión en su inserción dentro del equipo médico multidisciplinario; en su es- fuerzo llegó la osadía. El sabía que no sería fácil conseguir lugares de trabajo para sus técnicos laborantes y no vacilaba en ofrecer este mundo y el otro, a pesar de los pocos recursos económicos con que contaba la Escuela en sus comienzos, si, por ejemplo, le decían que para recibir a una alumna en práctica en determinado laboratorio, se necesitaba de un microscopio, él prometía llevar ese microscopio y movía el cielo y la tie- rra para conseguirlo y.... ¡lo lograba! Si en la planta de un establecimien- to se necesitaba la creación de un cargo para recibir a una 1 egresada, el insistía ante las autoridades de los servicios hasta que lograba la creación de ese cargo; para ello hacía los trueques más inverosímiles, y conseguía aquello que se había propuesto. Se exigía a sí mismo y era exigente con sus colaboradores, pero al mismo tiempo era tremendamente humano; incluso sus habilidades de médico y cirujano estuvieron siempre al servi- cio del personal y a lumnado de la Escuela. Pero no se crea que por ser exigente era un jefe adusto y grave; muy por e l contrario, era un gozador de la vida, le gustaban las fiestas, el baile, las risas;jamás dejó de asistir a las fiestas que organizaba e l alumnado; bailaba con las a lumnas, reía con ellas y les contaba anécdotas. Era un admirador de la MUJER, así, con mayúsculas; pero era una admiración respetuosa; él decía que ello se debía a que había tenido siete hijas mujeres (una de las cuales es nuestra colega Dolly); en sus ú ltimos años, cuando se había dedicado de lleno a la sexología, decía que lo había hecho porque, como ginecólogo, había podido captar el sufrimiento de las mujeres por la falta de comprensión de las diferencias entre ambos sexos y él quería evitarnos ese sufrimien- to; en ese campo escribió numerosos libros y se destacó internacionalmente, sin embargo, ni en ese campo ni en el de la Tecno- logía Médica quiso aceptar honores. De nuestra Escuela supo retirarse discretamente cuando estimó que habíamos alcanzado la adultez en nues- tra profesión; pero nunca dejó de interesarse en nuestros progresos, como si todas hubiéramos sido, en cierto modo, hijas suyas. Dejó tras de sí una obra sólida y tras~endente, seguro de que sabría- mos responder a la confianza que había depositado en nosotros. Con esta rápida semblanza de lo que fue nuestro primer Director, pienso que ya es hora de finalizar mi intervención sobre la evolución de la Tecnología Médica, pues respecto a los logros obtenidos desde que la Escuela es Universitaria, ustedes saben más que yo, se han reagrupado algunas especialidades y se han creado otras, y seguramente seguiremos conociendo nuevos cambios de acuerdo con los adelantos científicos y tecnológicos en nuestra profesión; pero creo que lo que no debiera cam- biar, es el énfasis que desde sus inicios se puso en los aspectos éticos y morales relacionados con nuestro desempeño como profesionales. Como expresé en el discurso pronunciado al titularme, hace ya casi 150
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