Huella y presencia (tomo III)

HUELIA Y PR.ESI\NCIA 111 Esos primeros años fueron realmente difíciles en cuanto a la falta de comodidades tanto para los profesores como para los alumnos; segura- mente ello influyó en que el primer contingente de casi 50 alumnos, sólo llegaran a titularse 15: 9 de ellas en diciembre de 1951 y otras 6 en 1952. Esas primeras egresadas pasaron de inmediato a formar parte de la planta de instructores de las nuevas alumnas, ya fuera a tiempo completo o con horario parcial, las que distribuidas en diversos servicios hospitala- rios permitieron una mejor formación práctica de los estudiantes. Quienes conformamos ese primer grupo, nos comprometimos a po- ner todas nuestras capacidades y esfuerzos al servicio de ese campo que nos abría sus puertas. Sabíamos que el ser las primeras constituía para nosotras no sólo un honor, sino que también un enorme desafío y una gran responsabilidad; debíamos ser capaces de demostrar que éramos un eslabón necesario en la cadena de profesionales que se desempeña- ban en el campo de la medicina. No fueron fáciles esos comienzos, de por medio había muchos intere- ses creados dentro del equipo ya existente; pero ese grupo supo mante- nerse férreamente unido, no escatimando esfuerzos en su difícil tarea. Todas y cada una de ellas supieron poner espíritu y corazón en su labor como docentes de las primeras legiones de estudiantes que pasaron por nuestra Escuela. Nada se hubiera logrado sin ese espíritu de cuerpo que nos unió des- de el primer momento y que nos llevó a formar de inmediato la Asocia- ción de Técnicos Laborantes, antecesora del respectivo Colegio Profesional. Desde esa organización luchamos por mantener la unión y respeto entre quienes iban cada año incrementando nuestras filas de pioneras, que sin escatimar sacrificios ayudaron a llevar nuestra profesión al sitio que hoy ocupa. Sin embargo, no podría decir que esos años nos han dejado sólo el recuerdo de la lucha que significó el abrir espacios para nuestra profe- sión; también hemos gozado del privilegio de vivir una época riquísima en adelantos científicos y de grandes cambios en el ámbito de la medici- na social. Entre estos cambios, en 1952, vimos desaparecer la Escuela de Técni- ca y Administración Hospitalaria que haoía creado nuestros cursos de Técnicos Laborantes, al entregar la mayor parte de sus actividades a la Escuela de Salud Pública de la Universidadde Chile. Este cambio fue be- neficioso para nosotros, pues a partir de ese momento la Escuela de Téc- nicos Laborantes adquirió vida propia, con un presupuesto otorgado por la Beneficencia. Director de la nueva Escuela fue designado el Dr. Osvaldo Quijada, y yo fui nombrada como Subdirectora. En 1953 , al formarse el Servicio Nacional de Salud, este organismo rati- ficó las condiciones de nuestra Facultad, dotándola de una planta com- pleta de personal técnico y administrativo. Con fecha 2 de octubre de 148

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=