Huella y presencia (tomo III)

DR.jUA:\ VERDACUl•:R drá hacer avanzar el conocimiento aunque sea, en grado mínimo; lo escu- chamos con interés, tomamos notas. Ningún enfermo es igual a otro y en cada caso, tenemos la oportunidad de penetrar en lo ignoto. Hoy día, nuestra terapéutica se rige por resultados de trabajos clínicos prospectivos y rigurosamente controlados. Sin embargo, ese espíritu de in- vestigación con que abordamos el examen de cada paciente oftalmológico jamás debe perderse. Pensando así, los enfermos de rutina no existen, cada uno de nuestros pacientes es una fuente de enseñanzas. Nuestros antecesores nos enseñaron la sobriedad. El Prof. Charlín firma- ba Dr. Charlín. En el membrete del Profesor Verdaguer Planas y de l Profe- sor Alberto Gormaz sólo se leía Dr. Verdaguer, Dr. Gormaz. Aquellos que citaban, junto a sus nombres, cargos y estadías en rimbombantes clínicas extranjeras, eran mirados con desdén por la orgullosa oftalmología chilena. Nada de profesorearse, de envanecerse. En tiempos del Profesor Verdaguer Planas, los Profesores de Medicina eran grandes señores que reinaban des- de las alturas, verdaderos príncipes de la medicina. El Prof. Verdaguer opo- nía a eso la humildad, la modestia, conciente de que el médico sabe un poco, pero ignora mucho más de lo que sabe. Era la modestia suya, como lo dijo Espíldora, una modestia llena de dignidad que imponía el respeto de sus pares. Por último, esta Escuela rechaza el autobombo y la publicidad. Hoy día escucho a colegas que tratan de convencerme que los tiempos han cambia- do, que estamos en otra época, que las técnicas de marketing invadirán ine- vitablemente la medicina. Estas ideas vulneran la mejor tradición de la Es- cuela Oftalmológica Chilena. La única publicidad que ésta acepta es la que hace el paciente agradecido por una atención eficaz hecha con cariño. En estos tiempos, mantener esta tradición implica remar contra la corriente. Remaremos contra la corriente. 143

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