Huella y presencia (tomo III)

DR.jUA:-S VERDACL' ER sa, el profesor Carretón me llevó a las salas de Medicina, se detuvo ante una cama y me dijo: Ahí está su paciente. Profesor, le dije, yo doy examen para ayudante de Oftalmología, ¿por qué me asigna un paciente de Medicina Interna? Porque es más elegante, fue su respuesta. Afortunadamente reca- pacitó y solicitó al Dr. Camino que seleccionara un paciente oftalmológico. El Profesor Verdaguer era un hombre de vasta cultura, un lector empe- dernido, un amante de los libros y de las artes. Diccionario en mano, reco- rría los clásicos en su idioma original. Marcelo Zimend, que llegó al Servicio desde su Polonia natal, perseguido por la guerra, había estudiado humani- dades en el liceo Clásico de·Cracovia y su cultura era comparable a la del Profesor, sobre él, que tenía la ventaja del dominio del latín. El Papa Pablo II se educó en la misma ciudad, y aunque Marcelo dice ser uno o dos años más joven que el Papa, algunos amigos piensan que son exactamente con- temporáneos. Los diálogos entre Marcelo y el Profesor eran chispeantes, sazonados por el fino sentido del humor del Dr. Zimend. El Profesor solía llamarle Cónsul Marcelo en referencia al Cónsul Romano que tomó Siracusa en la Segunda Púnica y que ordenó respetar, sin éxito, la vida de Arquímedes. ¿Sabía usted, dijo el Profesor, que Arquímedes también estudió las leyes de reflexión y refracción de la luz? No lo sabía, replicó Marcelo, pero sí sé que Arquímedes al ver la sombra de un· soldado romano sobre las figuras geométricas en que trabajaba, dijo: "Noli tangere circulos meus" y murió degollado por la espada del soldado. Eso es solo leyenda, dijo el Profesor Verdaguer, fue Jesús quien le dijo a Magdalena: "Noli me tangere". Estas como otras conversaciones de pasillo de similar tono han quedado para siempre en mi memoria. El año pasado, estando en Sicilia, viajé espe- cialmente al viejo puerto de Siracusa, sin encontrar mayores rastros del sa- bio griego-siracusano que logró incendiar las naves romanas reflejando la luz con sus espejos ardientes. Sin embargo, en el mismo viaje, me detengo en la Capilla Scrovegni en Padua, ante un cuadro del Giotto. Su título: "Noli me tangere". Muchos han criticado las conversaciones de pasillo en el hospital, consi- derándolas como horas perdidas, abandono de las funciones. Sin embargo, esos diálogos podían ser muy formativos y enriquecedores. Por algo el Prof. Guillermo Brinck hablaba de la "Universidad de las esquinas" donde se apren- día tanto o más que en las aulas. Muchos años después llegó al Servicio de Oftalmología, invitado por mí, el profe sor de histología y eximio microscopista electrónico Luis Strozzi Vera. Además de su versación en bioestructura, el Dr. Strozzi poseía una cultura humanística sin parangón. Tuve la suerte de disfrutar de su amistad y pode r intercambiar ideas con él casi a diario, en un esfuerzo por establecer relaciones anatomoclínicas, con- versaciones en que también participaba el Prof. He rnán Valenzuela. Pero lo que más aprecio y añoro son las conversaciones de pasillo con Strozzi, en que se discutía, por ejemplo, en qué lugar de Florencia el Dante, a sus nue- ve años conoció a Beatriz Portrinari de ocho. ¿Fue a orillas del Arno? Las 141

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