Huella y presencia (tomo III)

HLIEI.LA Y PRF.~ENCIA 111 Carlos Camino, quien había realizado los primeros injertos de córnea en el país , el Dr. Miguel Luis Olivares, diestro cirujano en carrera ascendente, el Dr. Evaristo Santos y el Dr. Marcelo Zimed, dentro de los mayores. Entre los más jóvenes destacaban Humberto Negri y Wolfram Rojas, el mejor y más leal discípulo de mi padre. El Prof. Verdaguer era un trabajador incansable. La vestimenta le intere- saba poco. Vestía muy sobriamente, pero no tenía tiempo para cosas acceso- rias. Concentrado en su trabajo, era muy distraído y todo lo perdía. Cuando tenía una cirugía privada, ésta se programaba a las 7 de la mañana en el viejo y lúgubre Pabellón del Pensionado General, ayudado por Olivares o por Rojas y con la segura anestesia del eximio Mario Folch, primero y Rogelio de la Barrera, después. Su dedicación al trabajo hospitalario era proverbial. En una época en que los grandes Profesores sólo pasaban visita y dictaban clases magistrales, el atendía policlínico como cualquier becado y si le ponían fichas, reclama- ba. El trato a los enfermos era de una cortesía extrema, más propio de los libros de caballería, que un atiborrado policlínico: ¿qué lo trae por aquí caballero? Asiento, caballerito. No tenía sentido del tiempo. No era raro que se enfrascara en un experimento interminable para desesperación del ayudante que debía acompañarlo y que tenía otros compromisos funciona- rios que atender. Difícilmente dejaba el hospital antes de las 3 de la tarde. En su consulta, mientras tanto, un enjambre de pacientes ya le esperaban y le veían abrirse paso, una o dos horas atrasado, haciendo gala de una pa- ciencia que pareciera hoy día ya nadie tiene. La visita de Profesores de otras disciplinas era diaria. Bajaban con pa- cientes en interconsulta o venían simplemente a conversar. Era común la presencia de neurólogos como Guillermo Brinck, clínico y pensador cuyos monólogos seguíamos con avidez. El hermanastro del Prof. Brinck, el médi- co oftalmólogo Dr. Hernán Brinck era también un leal y antiguo ayudante del profesor. Hernán Brinck era de opinión que los chilenos sólo entienden lo que se les dice a la tercera vez y se dirigía a los pacientes en triplicado: asiento señora, asiento señora, asiento señora. Visitante asiduo era el Prof. de Otorrinolaringología Profesor Aníbal Grez ("Aníbal ad portas", decía Marcelo Zimend al verlo atravesar el jardín) y el Profesor de Dermatología, Dr. Hernán Hevia, uno de los Profesores más sabios y caballerosos de la época. En aquella época, el ingreso a la planta en calidad de ayudante segundo, se hacía por concurso y se daba un examen solemne, teórico y práctico ante una comisión de Profesores de diversas especialidades, en que uno sólo de ellos era de la especialidad concursada. Este examen se podría aprobar o el candidato podía ser rechazado, lo que sucedió más de una vez. En 1960 me sometí a examen para ayudante segundo de Oftalmología ante una comi- sión presidida por el Profesor Alejandro Carretón, quien debía asignarme un paciente con alguna anticipación a la hora del examen. Para mi sorpre- 140

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