Huella y presencia (tomo III)

LA RUTA DE UN INVESTIGADOR CHILENO Dr. Emilio Eduardo Rojas Ladrón dt? Cuevara. N 1ci EN 1; 1 c ,11.1.E Gu.1, ·,1c111,-,v 1936. Cuando aún no cumplía los cinco años mi familia decidió mudarse a una casa de cal y ladrillo, arrendada, que se ubicaba e n la calle Santa Laura frente al estadio Espa ñol. En ese lugar mi padre, siendo alumno de l último a110 de medicina. e n nuestra Facultad aten- día pacie ntes y aceptaba consultas. Un día lo escuché d ecir pa labras que cambiaron mi existe ncia: "hijo, ser médico asistencial es un privilegio y no un negocio". Allí también podía observarlo cuánto estudiaba los voluminosos textos de Anatomía Humana, Fisiología y Farmacología como tambie n de clínica. Me sentía orgulloso de acompa üarlo a sus rondas con los pacientes e n el vecindario, lo que además me o torgó el título de "el doct0rcito" y me impulsó a leer muchas veces a escondidas, aquellas páginas que anticipaban mi futuro. El a ño 1951 nos cambiamos al barrio Recoleta y yo ingresé al Liceo Valentín Le telier. Más tarde seguí mis estudios en e l Liceo Experimental Manuel de Salas. donde me gradué de Bachiller e n Biología en e l año I956. Allí descubrí el arte de la pintura, gracias a las Profesoras Amanda Perotti y Marta Pérez. Tambié n descubr í la amistad -hasta hoy ino lvidable- de Mariana Shweitzer, Miguel Kiwi, Adriana Hoffma n , Arnoldo Camu (asesina- do días después del golpe militar de 1973), Celsa Parrau que fuera su espo- sa, Eduardo Labarca y muchos o tros. ¡Todos soüadores y amantes de la vida y de la amistad! También conocí a l Profesor Francisco Hoffman, su esposa Lola y sus hij os Adriana y Pancho. Cuántas veces lo encontré pintando figuras huma- nas que adquirieron su vida propia en plenitud de vida y amor, más allá de lo estático de la piedra caliza o de la greda. Nunca o lvidaré esa casona d e Pedro d e Valdivia con sus habitantes, el piano y su música, los j ardines de flora chilena, las casitas armadas po r los niños y... esa nostalgia que se nos cuelga al pecho como un sello d e fuego. Las profesoras de arte me abrieron las puertas de su taller, lugar d onde aprendí y logré pintar dos cuadros murales: uno con los mineros de Lota saliendo de la mina, sus mujeres con rostros de espe ranza y los niños en sus brazos; el otro, fue un tributo a l poeta Wa lt Whitman a quien aprendí a conocer de labios de la Profesora María Marchant de González Vera. En marzo de 1957 ingresé a la Escuela de Medicina de la Unive rsidad d e 127

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