Huella y presencia (tomo III)
DR. ARMA:-100 GONZÁLEZ bir los influjos de la pléyade de Profesores que allí ejercían, donde adopté mi orientación profesional futura. Algunos años después, corno médico Residente, reinicié los contactos con la Maternidad a través de las interconsultas por complicaciones en pa- cientes de ese Servicio y eventualmente corno apoyo quirúrgico de la Resi- dencia frente a emergencias que no podían ser totalmente absorbidas por su personal. No menos atrayente para nosotros era el espectáculo de las numerosas alumnas de la carrera de Obstetricia y Puericultura que en sus distintos nive- les de enseñanza actuaban con enorme eficiencia y entusiasmo en las dife- rentes Unidades de la Maternidad. Siempre ha sido motivo de especial admiración para mí el recordar la eficiencia de la atención y la calidad de la enseñanza que ahí se prodigaba, no obstante las innumerables limitaciones materiales que les agobiaban. Sin duda que ejercía considerable influjo el ejemplo de sus Directores, la habilidad de las docentes de la carrera de Obstetricia y Puericultura, el espí- ritu solidario de los médicos y la enorme eficiencia, generosidad y disciplina que todos ostentaban -corno una fuerte tradición, desde los albores de su creación. Mis últimos nostálgicos recuerdos que de la Maternidad conservo, datan de las postrimerías de la Residencia del antiguo hospital, cuando, en medio de la preocupación de su traslado a otro edificio de la Facultad de Medicina Sur, y en condiciones muy precarias, siempre se hacía la docencia rigurosa, la atención eficiente a una población extensa del área Central de Santiago, manteniendo la disciplina que tal carrera exige por la doble responsabili- dad que asume. No hay duda, que la noble tradición cultivada por su fundador el Profe- sor Lorenzo Sazié, logró trasponer las fronteras del tiempo hasta el momen- to actual, gracias a esta calidad de sus sucesores, médicos y matronas que captaron su espíritu inquebrantable de superación. Et PARQUE DEL HosPITAL SA:s: FRAi-;c1sco m•: Bo~JA Como se ha dicho anteriormente, e l Hospital San Borja, construido en el siglo pasado, conservaba la típica estructura colonial con sus corredores abiertos, sus salas en torno a ellos, abriéndose directamente a tales pasadi- zos y saliendo directo a la intemperie. La imagen general, cuando nos incor- porarnos, era de abandono y deterioro progresivo, con una iluminación de- ficiente, y la ruptura parcelar de sus techos agravaba la situación en tiempo de lluvia y de heladas. Al traspasar la reja del hospital y penetrar a sus corredores, de inmediato nos llamaba la atención el parque, porque ocupaba un amplio espacio cir- cundado por amplios pasillos. Lo primero que concitaba la atención era la 115
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