Huella y presencia (tomo III)

DR. ARMAxno Go:--zÁ1.E,. respeto que ellas imponían por su trabajo de joyería fina y el simbolismo que las figuras representaban. El interior de la Capilla era muy equilibrado, de estructura gótica senci- lla, logrando así un ambiente de paz y tranquilidad, de silencio y recogi- miento como era el objetivo perseguido. En los escasos momentos de tranquilidad y sosiego que transcurrían en el desarrollo de los turnos y especialmente en aque llas circunstancias en que se sucedían intervenciones nuestras demasiado penosas y estresantes, solíamos ir a la Capilla que nos acogía con su tenue luz filtrada por los vitreaux, su silencio monacal, su aroma a incienso y su suave y maravillosa estructura arquitectónica. Ahí, inmerso en ese ambiente tan sensible, solía reflexionar acerca del destino humano, sus instantes d e felicidad y de tristeza y desgracia, aconteceres tan inherentes a la naturaleza misma del ser humano. El fallecimiento de una personajoven, sus dolores, sus angustias, la an- siedad en el tramo final de su existencia, jamás dejaron de conmoverme hasta mis más profundas raíces, más aún al comparar esas tragedias dentro de los muros del hospital y la alegría, la felicidad, las promisorias perspecti- vas que me esperaban en mi propio hogar, Ahí, en e l recogimiento sagrado que nos ofrecía ese reci nto, aprendí cuán lábil es la felicidad humana cuánto debemos hacer para cultivar y man- tener la formación selecta de nuestras existencias y cuánto debemos entre- gar, como médicos, en comprensión, amor, paciencia, solidaridad con el paciente efectivamente dañado, no importa su edad ni condición. Evoco con claridad esos momentos y también la presencia de las monjas de la comunidad que, silenciosamente, oraban al término del día y que como avecillas rasgaban el imponderable silencio con sus cánticos que me recor- daban la música de siglos ya pasados, con himnos gregorianos y sus sinceros y respetuosos homenajes al Ser Supremo para coronar estos instantes. Me parece que en aquel lugar y circunstancia, más que en cualquier otro, pude aprender que, además, el sufrimiento humano -distante de los pro- pios aconteceres y de mi propia y particular existencia- logra herir y afectar profundamente el alma, en los momentos cruciales y postreros que ha de vivir todo ser humano. Pero, además fue ahí, en esos instantes de reflexión y sosiego, que pude aquilatar e l maravilloso y hermoso rol de mi profesión de médico. Ahí capté que en e l verdadero ejercicio, no bastaba la formación teórica, e l á rea cognoscitiva, las destrezas, para aqu ietar el alma acongojada por la angustia y la ansiedad. Mucho más que ello, debemos ir entregando los médicos, con parsimo- nia, ternura, comprensión, adecuada información y generosidad. Fue en aquel período de mi vida, como alumno, como inte rno, como médico recién recibido que me hice la firme promesa de cultivar a fondo esos valores con la familia y el paciente. 113

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