Huella y presencia (tomo II)

Dr. SERGIO PUENTE admiración por el especialista y un desprecio por el médico general o el médico de familia, que son quienes afrontan la patología prevalente de la población. Este culto por el médico especialista todavía no se logra corregir y continuará mientras quienes enseñan en los establecimientos hospitalarios sean médicos especialistas, y no médicos generales. Una segunda realidad tiene que ver con nuestra actitud ante el enfermo. Y en esto la Facultad de Medicina no tiene culpa alguna, salvo que se preocupó demasiado de lo técnico y muy poco de lo humanístico. En la antigüedad prehistórica existió el médico-brujo, o chamán. Se le consideraba poseedor de poderes mágicos y de ser el intermediario entre el hombre y los espíritus. El chamán, con sus danzas, conjuros, cánticos y guturales gritos, ahuyentaba a los demonios que se habían apoderndo del paciente, para luego inclinarse sobre él y extirparle, con succiones repetidas, un guijarro o un pequeño insecto aduciendo que era el mal que los demonios le habían introducido. Y los sugestionables hombres primitivos quedaban asombrados de la sabiduría de su médico-bnuo, al liberados de las acechanzas de ese mundo misterioso que fue la prehistoria. Este chamán fue el primero en utilizar la sugestión en medicina. Lo que le valió el convertirse en el mentor espiritual de su pueblo, combinando las funciones de hombre de ciencia con las de mago, estadista.juez y sacerdote. Porque la magia fue la precursora de la ciencia. El médico moderno es el heredero del chamán de la prehistoria. Yeste moderno heredero ha perdido el uso de la sugestión. Cuando un enfermo entra a nuestra consulta es porque confía en nosotros y va predispuesto a ser curado por su médico, a quien se entrega incondicio- nalmente. Ynosotros desaprovechamos esa disposición y nos apresuramos en pedirle exámenes o en enviarlo, en interconsulta, al especialista. No se trata de bailar, cantar o recitar ensalmos para expulsar demonios. Sino de conversar con el enfermo, interrogarlo detenidamente y dejarlo desahogarse en una provechosa catarsis. La anamnesis y el examen físico completo todavía son superiores a muchos sofisticados exámenes actuales. La sola catarsis que realiza el enfermo muchas veces lo tranquiliza y éste sale aliviado de la consulta. Porque no olvidemos que cuando se enferma el cuerpo también se enferma el alma. Yviceversa. Esto también lo s~bían los médicos de la antigüedad griega quienes, antes de iniciar una cura en sus hospitales, sometían al paciente a una cura psicológica, de reposo, dieta, espectáculos deportivos y teatrales. Lo comple- mentaban con paseos por los pasillos de cuyas paredes colgaban relatos de curaciones increíbles realizadas en ese lugar. Así, cuando el enfermo se enfrentaba a su médico ya estaba convencido de su curación inminente. Nuevamente la tranquilizadora sugestión. El profesor Hernán Alessandri explicaba a sus alumnos" ...Cuando yo doy una aspirina a mi enfermo, esa aspirina surtirá más efecto que las dos 107

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