Huella y presencia (tomo II)

HUELLA YPRESENCIA con ademán importante y engolada voz, por el... empleado de servicio de la Facultad de Medicina. Decía algo así: " ...Al alumno" fulano de tal "le otorga- mos tantos puntos... ". Yeso era todo. Al regreso de las vacaciones ibamos al Departamento de Títulos y Grados a recibir el Diploma respectivo, previo pago de los derechos. Algo muy distinto a la actualidad en que hay tres ceremonias de Gradua- ción: una en la Sede Universitaria correspondiente, otra en el Edificio Porta- les para los alumnos de toda la Facultad de Medicina, y otra en el Colegio Médico, como recepción de ellos para el Colegio de la Orden. Es decir, ahora se le da la pompa e importancia que merece, ya que significa el fin de la época de estudios ( 19 años de una vida estudiando para obtener una profesión) y el comienzo de otra vida para el estudiante. Y la coronación de los sacrificios y desvelos de los padres, que han visto cumplido sus anhelos. 1 Yun día de enero de 1953 rendí el último y definitivo examen que me capacitaba para ejercer impunemente la Medicina. Esa noche salí de la Casa Central como flotando en el aire y mirando para todos lados a la espera que los transeúntes reconocieran que yo era un doctor Me miré en una vidriera y vi que era el mismo de siempre. Pero ya no era el mismo. Estos son los recuerdos de mis siete años de estudiante en la Escuela de Medicina, desde 1946 a 1952. A poco andar por mi nueva vida, y ya sin el apoyo de mis ayudantes, empecé a darme cuenta de algunas realidades. Es cierto que, cuando egresé de la Escuela de Medicina, me sentía una especie de enciclopedia ambulante, pues creía dominar profundamente la Patología Médica. Pero era un conocimiento de afecciones graves, esas que habíamos tratado en el hospital. Durante el mes de reemplazo en Curanilahue, con una carga asistencial de 200 pacientes diarios, la mitad de ellos lactantes, atendí una patología nueva para mí. Eran enfermos que, por sus afecciones leves, no requerían de hospitalización pero que, igualmente, necesitaban recuperar su salud para reintegrarse al trabajo. Yahí aparecieron los resfríos, dolores de espalda, las diarreas, neurosis y leucorreas. Es decir, toda una gama de enfermedades que habíamos pasado por alto en el hospital, por considerarlas de poca monta. Las neumonias, con sus soplos tubarios y calofríos solemnes, fueron reempla- zadas por las bronquitis y los estados gripales. Las gastritis y gastroenteritis reemplazaron a las úlceras pépticas y a las hemorragias digestivas del hospital. Ylas infecciones urinarias sustituyeron a las peligrosas glomerulonefritis. Y allí quedó en descubierto la gran falla de la enseñanza en esos años. Docencia exquisita para las afecciones graves, pero nula para la patología común y que constituye el principal motivo de consulta en cualquier país. Incluso, y de manera inconsciente, habíamos desarrollado un respeto y 106

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