Huella y presencia (tomo II)
Dr. SERGIO PUENTE Cuando entramos a Austria y Alemania, y mientras ya empezábamos a balbucear el italiano, no hicimos el menor empeño en aprender esos endia- blados idiomas. A lo más aprendimos a pedir "eine grossen bier" y el tradi- cional "ich liebe dich" que hube de estrenar con una !ola de Ludwigsburg con quien tuve un fugaz pololeo ("anduvimos" se dice hoy día...), durante los escasos tres días de estadía en Munich. Es que no se necesitan tanto las palabras, en el amor... sino el idioma universal de las manos y los besos. España significó, para nosotros, el poder hablar y entender nuestro idioma. Recién entonces nos percatamos que el europeo es silencioso en la calle. La subida al Metro de París o de Londres se hace en religioso silencio y, si Ud., oye un parloteo en la calle, de seguro que es un latinoamericano. O español el que está hablando en voz alta porque, en España, el Metro es una sola bulla. Ylas calles, también. Junto a la visita al Papa, de Roma, y a nuestra Gabriela Mistral, se debe citar la entrevista (que, en realidad, fue monólogo) con Jiménez Díaz, en Madrid. Jiménez Díaz era el internista español de fama mundial en esos días. Su texto de Medicina Interna, de 8 volúmenes, constituía la biblia de los inter- nistas hispanoamericanos. Con un ameno estilo partía con la Anamnesis y Examen Físico de un paciente para seguir desarrollando el tema correspon- diente. Era dificil determinar su tema predilecto, pues exhibía una profundi- dad y actualidad "de punta" en casi todas las patologías. Debe haber sido el último de los profesores "totipotenciales" del siglo, al menos en idioma español. Jiménez Díaz nos recibió en su hospital y nos habló una larga hora sobre la cirrosis hepática, ante la actitud embelesada nuestra y del profesor que nos acompañaba quien, en Chile, había publicado un importante libro sobre el mismo tema. Pero, en ese momento, él era un alumno más de ese "monstruo" de la medicina hispanoamericana. Ya podríamos decir, a nuestro regreso, " ..estuvimos conJiménez Díaz". Recorrimos Madrid, Córdoba, Toledo, Sevilla y, en Vigo, embarcamos de regreso a nuestro Continente Americano. Fueron casi dos meses de ver maravillas que nos dejaron abierto el apetito para, algún día, volver. Regresamos cargados de anécdotas, recuerdos "sou- venires" y visiones maravillosas de Europa Central. Y, lo más importante, trayendo grabada, en la retina, una visión personal del Viejo Mundo. Algo que acrecentó enormemente nuestra cultura, elemento muy necesario para la profesión que íbamos a ejercer. Ya de regreso, había que p ensar en el examen de grado final. Este se rendía no en la Facultad sino en la Casa Central, ante una comisión de 5 profesores y a una hora extraña: las 19 h. Años después, recordando este detalle, pensamos que tomaban los exámenes después de atender sus consul- tas privadas. Cada profesor interrogaba acerca de su especialidad y, termina- do éste, esperábamos, en el pasillo, el veredicto final. Veredicto que era dado, 105
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