Huella y presencia (tomo II)

HUELLA YPRESENCIA En Roma comprobamos que es efectivamente más pequeña que Santiago y que sus " filobuses" ruedan igualmente con racimos de pasajeros colgando como acá, pero por unas calles estrechas y serpen teadas. Hay muchas atrac- ciones turíslicas: sus innumerables fuentes, las ruinas romanas, sus catedrales, la Vía Appia con su policía que hace cómicas contorsio nes para dirigir e l desorden ado tráfico, etc. Pero su máxima a tracción es El Vaticano. Allí visitamos e l enorme Museo, su Pinacoteca, la Capilla Sixtina con e l monu- mentaljuicio Fina l, su Basílica con e l ortejo mayor de la estatua en bronce de San Pedro gastado por los besos de los visitantes durante 19 siglos... pero lo principal fue la visita al Papa. El boato exagerado de los guardias y camarlengos contrastó con la senci lla, casi humilde , entrada d e Pio XII (antes, cardenal Pacelli). Los estridentes gritos de los nii'i os que lo avivaban lo ruborizó y pa~aba sus manos a los peregrinos de la primera fila como queriendo abrazar a todos. Eramos más un cen tenar de personas de todas nacionalidades, credos y edades los que asistimos a esa audiencia semiprivada, pero cada cual creíamos estar a solas con él. Era tal nuestra emoción que nadie se atrevía a mirar a su vecino para no denunciar sus propias lágrimas. Emoción compartida tanto por creyentes como por no creyentes. Nos saludó a todos e n diferentes idiomas preguntán- donos por nuestro viaje, sobre cómo nos habían tratado y o tras cosas tan sencillas como las que se dicen dos amigos que sólo ayer habían estadojuntos. Esta naturalidad de la autoridad máxima de mi iglesia, distante de l boato y orgullo de algunos de sus subordinados, me hizo pensar en la necesidad de las visitas de Sus Santidades a los países cristianos. Fue un momento mágico de nuestro viaje Fuera de conocer lo turístico organizamos un conjunto artístico, cuarteto vocal a capella y conjunto folklórico con guitarra, que fue actuando en las embajadas llevando la alegría tanto a los nuesu·os como a los chile nos en el ext.-anjero. Actuamos en varias embajadas chilenas. Pero la actuación más emotiva la cumplimos en Nápoles, e n casa de Gabriela Mistral. Su figura maciza, de 1. 70 m de estatura y delgadas piernas nos recibió en su pequeña casa con jardín, acompañada de su secretaria norteamericana. Nos relató trozos de su vida reciente, como su accidentado viaje, en un pequeño barco de carga, a recibir el Premio Nobel en Suecia, cuya tormenta en el Mar del Norte hizo que el capitán los reuniera a todos para confesarles que el barco ya no le respondía y estaban a me rced de las olas. Mien tras todos a bordo oraban, a e lla la invadió una calma que la sorprendió. La" calma de la muerte", la llama ella. Se lleva las manos a la frente para asir las ideas que se le van con frecuencia... Habla de su vida como maesu·a rural y de las fantasías que se le han atribuido. Entre otras, que era lesbiana. Claro, ella había invadido un terreno propio de los homb1·es, hasta entonces: la docencia. Se peinaba hacia atrás, como los hom- bres. Era solterona y vivía con su secretaria norteamericana. Su amplia fren te, enmarcada por el blanco y liso cabello, se en tristece al recordar lo ingrato del Gobierno chileno durante su cargo diplomálico en 102

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