Huella y presencia (tomo II)

Dr. FERNANDO LOLASSTEPKE Universidad que entonces dirigía el profesor Walter Brautigam. Antes de partir a Chicago, la próxima estación de mi periplo formativo, tuve ocasión de trabajar en Sheffield, Gran Bretaña, bajo la dirección del profesorJenner, en temas de cronobiología psiquiátrica. En Chicago, el trabajo fue de investigación básica con incursiones a temas clínicos en el campo de la neurofisiología, bajo la dirección de Frank Morrell. Tras un breve interludio en Chile, volví a Heidelberg, esta vez como becario de la Fundación Alexander von Humboldt (mi primera beca había sido otorgada por el Deutscher Akademischer Austauschdienst), y permanecí hasta 1982. Los retornos a Alemania ocurrieron regularmente por motivos de investigación y docencia durante muchos años. Debo a la Universidad de Chile haber representado siempre el lugar al cual volvería, la patria y e l hogar de la vocación. No quiere ello decir que la institución, en cuanto tal o en las personas que la representaron a lo largo de mi vida, tuviera especial interés en mi formación o mis servicios. Más bien al contrario. La moraleja que extraigo -y que vanamente intento transmi tir- es que las instituciones en realidad no se interesan por sus miembros. Son, como decía Ortega y Gasset de la sociedad mayor, "desalmadas". No tienen alma personal. Los signos de su presencia los construye cada cual bajo la inspiración del amor a la causa y a la propia vocación. La Universidad que a mí me tocó vivir estaba siempre erizada de dificultades, cuando no de trabas. Siempre hube de recurrir a mis propios recursos y proyectos de investigación para financiar servicios especiales, no disponibles rutinariamente. En ocasio- nes pareció colapsarse bajo el peso de circunstancias fuera de su responsabi- lidad o alcance. La dirigencia política no siempre fue amistosa para con los rumbos institucionales. Tal vez me he construido una saga personal, que es leyenda en este relato, pero si algo de universal guardara mi experiencia sería precisamente esto: que nada hay que esperar sino, a lo sumo, dar de sí. Si los libros son la sangre del intelecto, sin duda el tiempo es el oxígeno. Es estéril el esfuerzo intelectual si no puede desplegarse en el ocio regio de una atmósfera propicia. Dicta la preferencia e l instinto, que selecciona y jerarquiza. Azares de la vida hacen, a veces, que no prime lo importante sino lo urgente o lo apremiante. Por eso el tiempo es tan preciado material para el trabajo intelectual. Por eso, también, el tiempo más el contexto más el libro conforman ese magna germinal de la creatividad donde todo esfuerzo halla expresión y donde toda idea encuentra sitio para germinar. De estos bienes gocé durante mis años de estudiante, docente, investiga- dor y directivo de la Universidad de Chile. Con las limitaciones propias de nuestra circunstancia latinoamericana, con el esfuerzo que sign ifican las renuncias al trabajo lucrativo, pertenecer a la Un iversidad fue siempre privi- legio. Si a veces no tan placentera que arrancara exclamación, mas nunca tan ingrata que incitara al rechazo, mi permanencia en la Universidad ha sido estimulante. La institución me brindó medios para acceder al esfuerzo parti- 59

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