Huella y presencia (tomo II)

LA ESCUELA DE MEDICINA: TRADICIÓN YPRESENCIA Prof. Dr. Norbel Galanti ¿ Qn, SE PUEDE PENSAR de un edificio cercano a una clínica psiquiátrica, que se encuentra entre un hospital, un servicio de medicina y un cementerio? Así pensaba en la primavera de 1964, cuando ingresé por primera vez a esa extraña mezcla de estructuras en derrumbe, aledañas a un enorme y nuevo conjunto de edificios que daba a la calle de Independencia. Nunca imaginé que me estaba casando con la Escuela de Medicina, o que ella me cazaba para siempre. El ingreso por Zañartu era tenebroso y fétido. Estudiantes en grupos alegres, o en cariñosas parejas, y solitarios profesores con un bolsón en la mano y la mirada perdida en el cosmos, transitaban por ese pasillo techado, que se mantenía en pie gracias a un milagro de la física. Acacios que crecían donde podían (amaban los escombros, abundantes), primero muy humildes, de repentes fuertes y vigorosos. Algunos pinos gigan- tes, que nadie entendía como habían logrado alcanzar ese lugar y esa altura. Gorriones, chincoles, tórtolas, zorzales y cernícalos revoloteaban por los jardines, en un rincón, la Virgen, esa misma que está hoy en el patio romano ¡cuánto sabe esa Virgen de nosotros! Comencé mi trabajo de investigación en el Departamento de Oncología, bajo la dirección del doctor Gabriel Gasic. Este Departamento estaba estraté- gicamente ubicado frente al casino de Laurita. Era un viejo y crujiente edificio, pero sus laboratorios yviveros estaban bien equipados. Recuerdo que a veces, la cámara refrigeradora decidía dejar de funcionar en el momento preciso en el que yo llegaba con esponjas de mar, en el tren de las 8:00 h desde Valparaíso. Había e~ trado al mar a las 5:00 h en short y alpargatas, en pleno invie rno, para arrancar las esponjas con las cuales estudiaba el mecanismo de adhesión entre células. Luego, tiritando de frío, muy orgulloso con mis baldes llenos de esponjas, me subía al tren a Santiago. Cuando éste tomaba veloci- dad, comenzaba un bamboleo inquietante, y el agua de los baldes iniciaba un movimiento imposible de detener a mitad de camino, mis cercanos compa- ñeros de viaje estaban totalmente salpicados con agua de mar, mirándome con odio y, seguramente, pensando en mis antepasados. Cuando llegaba al laboratorio, y encontraba la cámara refrigeradora en mal estado, comenzaba 33

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