Huella y presencia (tomo II)
Dr. RAÚL ETCHEVERRY en el hospital de emergencia Cazadores, en varias ocasiones las enfermeras me sacaron piojos de la única y estrecha parte del cuello no protegida? Sólo lo supe al final de la epidemia. Mucho temor causó a los enfermos, auxi liares y creo aún a los practican- tes, la llegada de la cárcel pública de dos tifosos con los pies negros como carbón, debido a la gangrena producida por los grillos y la enfermedad misma. Especialmente uno de e llos, un rumano muy a lto, fornido, colorín, reclamado por estafador por la policía internacional. Su apariencia física, el pe~o rojizo y los pies negros impresionaron a los enfermos, que creían que se trataba del diablo en persona. Cuando murió, a los pocos días, con gran dificultad lo colocamos en la camilla para llevarlo al depósito de cadáveres. Era una noche lluviosa del mes de julio. Todos rehusaron acompañarme. Sólo el agente, que lo cuidó día y noche por temor a que se fugara. -No pude convencerlo de que era incapaz de huir-, me acompañó sobreponiéndose a su responsabilidad y a su superstición, y temblando por miedo o por frío, o por ambos. Por e l húmedo sendero del bosque de pinos, e l fúnebre y reducido cortejo nocturno, dejó al muerto en e l depósito, con llave, lo que tranquilizó a su carcerbero, que por primera vez en varios días pudo ir a descansar y dormir a su casa. Aquél era mi lugar de trabajo a esas horas. Por mucho tiempo fui un ave nocturna, por premura, ante el temor de no terminar mi memoria por un eventual y prematuro fin de la epidemia. Al finalizar la jornada hacía las punciones lumbares que no había podido realizar en el curso de ella, por estar haciendo mi inte rnado en la matern idad, para lo cual tenía que poner el cadáver en decúbito lateral. La contractura precoz de los músculos tóraco-abdominales solía faci litar su ejecución. Por la misma razón, ocasionalmente, se sentía un suspiro profundo producido por la expulsión del aire pulmonar residual en una expiración forzada, en algu- nos de los mesones vecinos. Confieso que experimentaba cierta inquietud a la que contribuía la noche, el silencio, la soledad y quizás un cierto cargo de conciencia por una presunta profanación de la muerte. La contractura muscular y rigidez cadavérica, solía ser tan violenta que una mañana muy temprano encontré en el piso del depósito un cadáver hecho un ovillo. Esta carrera CO[!tra el tiempo para terminar mi tesis.justifica mi prolon- gadajornada de trabajo. Limité mis comidas a dos, desayuno a las 6 y cena a las 24 horas, y mis horas de sueño. Tomábamos con el Dr. Pinto Joglar, mi vecino de barrio, el tranvía Matadero-Palma, el de los matarifes, que pasaba por Independencia frente a Carrión y la Escuela de Medicina a las seis AM. En caso de perderlo, para llegar al Hospital del Salvador, la ruta era por Circunvalación, actualmente Avenida Perú, por supuesto a pie, sin ningún tropiezo, pues no había la delincuencia nocturna tan común actualmente en los países civilizados. La sala del Laboratorio Central donde hacía mis exámenes y donde 29
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