Huella y presencia (tomo II)

HUELLA YPRESENCIA JI te impresionar, yen la que simultáneamente era el dador y e l transfusor, para lo cual había alargado lo suficiente las mangueras de unión entre su brazo y la jeringa, y entre la jeringa y e l receptor. Otro e pisodio que recuerdo: en una discusión que fue subiendo de tono con un médico boliviano, el Dr. P. (el mismo apellido que un general de su país), con motivo de un desacuerdo en la identificación de una célula de un hemograma normal. Dr. P.: "Es un hemohistioblasto de Ferrata". Víctor: "No Doctor P., es un monocito ...". Diálogo que se repitió varias veces. Dr. P.: "Ud. no puede saber más que yo, pues Ud. no es médico". Víctor: "Dr. P., le digo que los hemohistioblastos de Ferrata no se encuentran en la sangre normal. No soy médico, pero hace 10 años que hago hematología". Finalmente el Dr. P., tuvo un síncope y fue necesario reponerle de urgencia el pellet que se había agotado con el estrés de la acalorada discusión. Tenía una enfermedad de Addison, a la cual se debía, por lo menos en parte, el color bscuro de la piel que creímos fuese genotípico, dado su origen. No dejó huellas, pero sí un imperecedero recuerdo en su ex jefe y maestro. Con el paso de los años se vive de recuerdos e n un mundo de sombras poblado de fantasmas, a veces luminosos. A media noche en una exhaustiva búsqueda hallamos, con el rondín, a un tifoso (no tifosi, pues éstos son ubicuos). Estaba en e l otro extremo del hospital, en una sala de muje1·es, sentado frente al escri torio de l jefe. En otra oportunidad, a las 7 de una mañana fría de invierno, encontré sentado en las gradas de la escala de una de las barracas, a otro, helado, rígido, muerto por el frío de la noche. El nochero dormía. La muerte súbita producida por una embolia cerebral, señalada por Danielopulo, ocurrió un día al golpear la camilla en un desnive l al trasladar a un paciente de una barraca a otra. Como le había advertido al practicante de esta posibilidad se apresuró a poner cuñas en los umbrales de las puertas de acceso a cada barraca. Belmar, el practicante, me lo advirtió: "D1·., tenga mucho cuidado, J.B. está excitado, delirando y se acaba de comer la papeleta de hospitalización". No tomé en serio su advertencia y tuve que lamentarlo, pues al auscultarle el corazón -no tenía fonendoscopio-, me clavó los dientes e n el cuero cabelludo. Sólo una erosión que sangró poco. Lavado con suero fisiológico, agua oxigenada y yodo. Mi frondosa cabellera de entonces, y que ahora añoro, evitó mayores consecuencias. En caso de contagio directo, por tratarse de una septicemia, no habría habido e l período de incubación corriente, 8 a 10 días en plena epidemia. La enfermedad habría aparecido unas horas después. Pero no se ha comproba- do contagio directo por la saliva y por la sangre, se requieren por lo menos 5 mL El paciente, como sucedía e n las formas con grave compromiso del SNC, falleció al día siguiente. ¿Por qué no contraje la enfermedad si además durante mi permanencia 28

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