Huella y presencia (tomo II)

Dr. RAÚL ETCHEVERRY Sólo neutrófilos. Los pacientes graves fallecían sin desviación a la izquierda. Por lo demás creo que entonces tampoco existía en política. En varias oportunidades tuve que recorrer casi todo el hospital acompa- ñado por el nochero medio dormido o sonámbulo, para ubicar a algún tifoso delirante, fugado de la sala. Solíamos encontrarlos tratando de montar a caballo en pelo, o disputándole la comida a los chanchos en un corral y en un chiquero en medio del bosque de pinos, adosados a la muralla de la calle J.M. Infante, donde actualmente están Neurocirugía y el Hospital del Tórax. Para ser más exacto, entre ambos. Un sendero o un camino, un lodazal en invierno, unía las barracas con Anatomía Patológica y el Laboratorio Central, apareados. En el frontis de Anatomía Patológica, una inscripción que le habría puesto el Dr. Westenhoefer: "IC LOCUS EST UBI MORS GAUDET SUCURRERAE VITAE". Yo hice una traducción libre (demasiado), al castellano, en verso, con rima consonante que compartió el Dr. Alessandri, y que no puedo transcribir, pues éxpresa en forma cabal el estado de ánimo del médico, ufano por su diagnóstico, que el anatomopatólogo no confirmó. Durante la dirección del hospital por el Dr. Aros, los chanchos eran alimentados con las sobras, que constituían la mayor parte de los regímenes alimentarios de los pacientes, y que éstos rechazaban o ingerían apremiados por el hambre, pero que los chanchos, menos sibaritas, degustaban con fruición. La comida se cocinaba (creo que actualmente es igual), en grandes fondos con agua hirviendo, donde se vaciaban sacos enteros de legumbres, frejoles, especialmente. Yasí, en una ocasión, Víctor Fuentes, mi ayudante de Hematología, encontró en su plato trocitos de cuero y huesitos disecados, supuestamente de ratón. No puedo marginar a Víctor Fuentes, fue todo un personaje. Murió hace algunos años. Lo recuerdo con cariño y admiración. Muchacho del pueblo, de la población El Salto, humilde, honrado a carta cabal, perseverante como pocos. Era analfabeto cuando llegó de mozo al hospital. Aprendió a leer en cursos nocturnos. Se interesó por las técnicas hematológicas y llegó a dominar algunas de ellas, como los hemogramas y mielogramas, que practicaba e informaba correctamente, y aun los grupos sanguíneos (controlado), y tran- fusiones de brazo a brazo, con la inigualable jeringa de Jubet, tanto en pacientes hospitalizados como en domicilio. Hizo una gira al norte del país (no consultada), como transfusor, cuando las transfusiones de sangre eran un privilegio de los hospitales de las grandes ciudades, y en un hospital, a una paciente con anemia aguda por sangramiento producida por desprendimien- to prematuro de la placenta, para la cual el médico tratante solicitó una transfusión de 60 cm 3 , con criterio médico-hematológico, le colocó 300 cm 3 , sin contratiempos. La enferma mejoró. Un día domingo lo encontré haciendo una transfusión directa brazo a brazo, a un paciente con dos hijas buenas mozas, a las que quería posiblemen- 27

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=