Huella y presencia (tomo II)

HUELLA YPRESENCIA 11 En el Hospital del Salvador, donde actualmente está el helipuerto, se habilitaron 4 barracas de madera para esta emergencia, cada una con 15 camas. En total eran 60 pacientes a mi cargo, porque si bien es cierto que el Dr. Nahum Sinaí era e l MédicoJefe de las Barracas, tanto él como el Dr. Israel Bórquez,Jefe del Servicio de Medicina, no entraban por temor a contagiarse. Desde la puerta se informaban de las altas y bajas del día. El saludo del Dr. Bórquez, era muy paternal (papá Bórquez), pero inquietan te, y con toda razón, la mortalidad era de 20 a 25% en e l acmé de la epidemia. En los adultos que sobrevivían, la duración de la enfermedad era de dos semanas; en los niños menores de 10 años sólo de 7 a 8 días, y la mortalidad mínima: 1 %. La madre con compromiso del SNC: meningoencefalitis, solía morir en el curso de la primera semana dejando l a 3 huérfanos que compartían con ella, por motivos obvios, la misma cama en el hospital de emergencia Cazadores. La convalecencia y recuperación completa era muy lentas. La astenia y la amne- sia persistían hasta l ó 2 meses. La recolección de enfermos en los barrios pobres, era una verdadera redada. El personal paramédico ("los camilleros"), no hacía distinción entre tifosos y borrachos trasnochadores, que dormían la mona e n las calles y que compartían con aquellos la cara de borracho, la verborrea incoherente e ininteligible, el eco y coprolalia, productos de la liberación de su subconcien- te ( le cochon qui sommeil). El baño de recepción, con manguera y agua corrien- te, los mejoraba rápidamente, pero los exponía a una neumonía. Si bien con los años la memoria, especialmente la de ftjación, o actual, flaquea más que la de recuerdos, de actualización del pasado, y la imaginación le ayuda como una muleta a salir del paso, reitero que en este relato no hay nada imaginario, que no me he apartado ni un ápice de la realidad. Fmmaban la planta paramédica de las barracas dos practicantes: Muñoz (Rompetejas) y Belmar (¿qué será de ellos?), una monja, auxiliares o mozos y un nochero, que dormía plácidamente en las noches, como las enfermeras contratadas en las clínicas particulares, mientras los enfermos desvelados, velaban. Tuve la ocasión de comprobarlo más de una vez al terminar mi trabajo en el laboratorio central, en la última ronda nocturna, al filo de la media noche, antes de regresar a casa. Un día al entrar al laboratorio de hematología descubrí en la penumbra algo que a primera vista me pareció un gallo desplumado. Era el relleno de plumas de un reclinatorio rojo que en una fría y lluviosa mañana de junio, una monjita compasiva, muy joven, que más bien parecía una novicia, puso bajo mis helados pies (no había calefacción). Varios a11os después, en una mañana como aquella, el recuerdo de este episodio me inspiró el poema "El Reclinatorio". Ante la pregunta en tono recriminatorio, Víctor... (¿), me respondió: Dr., quería ver si contenía un mensaje. Al recordar los hemogramas, experimento aún cierta vergüenza, porque, siguiendo la escuela francesa de hematología, no distinguía los baciliformes. 26

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