Huella y presencia (tomo II)

MARÍA ISABEL SMITH veces los ojos en un diálogo, su relampagueo levemente irónico, el modo de sentarse con las manos en las rodillas eran su humildad y su modestia" 5 . No buscaba figuración ni protagonismo y, a pesar del amplio reconoci- miento nacional e internacional que tuvo en los niveles más altos del mundo de la cultura, era úmido. Era feliz con lo que hacía y lo vivía apasionadamente. Su apoyo en todo momento fue la extraordinaria familia que formó, cuya amorosa unión conocí de muy cerca; para él, su mujer y sus dos hijos, eran su más preciado tesoro. Se daba siempre tiempo para acoger a todos quienes se le acercaban para solicitarle ayuda como médico, para conocer su opinión sobre algún tema, o simplemente para conversar; no importaba si se trataba de un paciente de policlínico, de un estudiante, de un médico o de alguna personalidad; a todos les dedicaba el tiempo que fuera necesario, en esos momentos eran lo primordial para él. Tenía una particular disposición para entregar su tiempo a los demás que creo formaba parte de su humildad y de su modo de ser tan abierto. En innumerables ocasiones en que estando apremiado por terminar de escribir el tema de una clase, o bien por esclarecer conceptos que expon- dría en una conferencia próxima, si alguien pedía que lo recibiera, o incluso, yo misma necesitaba su consejo para algo de índole personal, él dejaba de lado inmediatamente su quehacer como si lo suyo no tuviera la menor prisa, ni importancia, y cupiese postergarlo. Quien hablaba entonces con él.jamás tenía la sensación de que le estaba quitando justamente momentos que para él eran preciosos; al contrario, él escuchaba con la mayor atención y disposi- ción temas que no tenían nada de interesante, pero sin embargo, él se interesaba. A menudo se lo veía en un pasillo, o en e l patio del Hospital hablando tranquilamente con otro médico como si dispusiera de un tiempo infinito; si bien sabía toda la actividad que le aguardaba, jamás parecía tener prisa por deshacerse de esa persona que le quitaba su tiempo, como probablemente lo haría cualquiera. Hemos comentado infinidad de veces este rasgo de su personalidad con Natalia, su hija, ya que ella experimentaba lo mismo en la casa cada vez que lo interrumpía en su trabajo. Tenía, dice ella, la vinud de retrotraerse o dejar en la sombra lo suyo para dar paso a que la otra persona se convirtiera en protagonista en ese momento. Uno de sus pacientes decía, con mucho sentido del humor, que cuando iba a verlo se "sentía el depresivo más importante del mundo". Su delicadeza llegaba al extremo de que jamás se levantaba de su asiento para poner fin a una entrevista, sino esperaba que el otro lo hiciera; muchas veces yo me veía en duros aprietos para compaginar sus clases, reuniones y múltiples compromisos, con las entrevistas, pues jamás dejaba que alguien se fuera sin haberle entregado confianza y tranquilidad. Aunque en lo personal recibí tanto su afecto, su confianza y su compa11ía, sólo quiero decir que los aparentemente largos a11os que trabajé con él 5 zuriu, R. En recuerdo de Armando Roa. Diario La Tercera. 30 d e abril de 1998. 155

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