Huella y presencia (tomo II)

HUELLA YPRESENCIA 11 juicios, su apertura para acoger puntos de vista dife rentes y su liber tad para man tene rse lej os de todo tipo de movimientos o grupos. Desde choferes de taxi, estudiantes, hasta pe rsona lidades de alto nivel le parecían interesantes y con todos tenía un trato muy natural y abierto, libre de todo prejuicio . Tal como podía conseguir que los pacientes confia ran en é l, era igualmente capaz de con seguir que ilustres figuras del mundo cultu ral y político con las cuales no tenía compromiso alguno, aceptaran invitaciones suyas como, por ejemplo, aquella ocasión en que siendo Presidente de la República, Salvado r Allende accedió a dictar una clase para los alumnos de l curso d e Etica que dirigía el Dr. Roa en esa época, o aque lla o tra vez cuando en 1992, Patricio Aylwin, también Presidente de la Re pública en ej ercicio, inauguró e n el Salón de Honor de la Facultad d e Medicina el x11 Congreso de AlANAM (Asociación Latinoamerican a de Facultades de Medicina) que el Dr. Roa r,esidía. Sus clases, sus artículos, sus libros, dan testimonio de que era escritor por naturaleza; desarrollaba los temas exhaustivamente, y aunque buscaba preci- sión y compreh ensión en sus postulados,junto a eso tenía e l don de sinte tizar en palabras accesibles a cualquie ra, conceptos que o t ros autores sólo logran expresar e n innumerables páginas de obscuro lenguaj e. Creo que esa virtud suya, tan rara en un autor de obras sobre temas fil osóficos y cien tíficos, es, francamente, muy admirable. Cuando al in iciar la tra nscripció n d e un artícu- lo me entregaba esas hojas manuscritas con su letra chiquita, redonda y apretada, como la de un niño, e n lugar de pensar en la cantidad de trabajo que significaría, me parecía que se abría una puerta para entrar a u n mundo inédito, sorprende nte, donde sus ideas, reflexiones, postulados, ponían ante mi vista una realidad plena de atractivos; muchas veces al concluir una tran scripción tuve nostalgia de esa atmósfera que me había envuelto. En raras ocasiones sentí e l peso de algún trabajo que no despertara mi interés. Junto a su inteligencia, cultu ra y sabiduría, el Prof. Roa poseía una humildad y sencillez no habituales en personas muy sobresalientes que en gene ral tienden a ser distan tes, avaras d e su tiempo, poco afables, e n una palabra "importantes". Desde luego su propia oficina, que a muchos llamaba la atención , era sencilla, sobria, de pocos adornos, tres o cuatro cuadros - su pre fe rido una reproducción de la Escue la de Aten as de Rafael-, e l escritorio y un par de sillas; era un espacio casi monacal y creo que reflejaba perfecta- mente su personalidad . Ni en la Facul tad n i en su consul tajamás tuvo a la vista los típicos diplomas que acreditan excelencia, como es habitual entre los profesionales; tan sólo por su delantal se pod ía saber que era médico. Yo diría que sentía verdadero pudor, virtud tan rara en estos tiempos, ante la oste nta- ción que para él significaba el lucir tales documentos. No le d aba ninguna importancia a esos testimonios de calidad académica. Agradecía de corazón h asta lo más mínimo: una taza d e té, una sugeren- cia insignifican te acerca de un trabajo, la redacción de una carta. Los halagos y reconocimientos recibidos los estimaba inmerecidos y producto de la gene- rosidad de los d emás. Como ha expresado Raúl Zurita "su forma de baja r a 154

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